The following is a Spanish translation of “The Evil of the National Security State” by Jacob G. Hornberger. The translation was done for FFF on a complimentary basis by a FFF supporter in Spain. Please share it with your Spanish-speaking friends.
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Los partidarios de la teoría del solitario en el asesinato de Kennedy suelen acusar a quienes creen que el presidente fue víctima de una conspiración – y, peor aún, de una que implicaba a agentes del estado de la seguridad nacional – de ser incapaces de aceptar el hecho de que un hombre descontento matase al presidente de EEUU, una persona que gozaba de fama y fortuna, respetada y admirada por mucha gente en todo el mundo.
Tras el intento de John Hinkley de asesinar a Ronald Reagan no estaba aún muy extendida la creencia de que Hinkley formase parte de una conspiración o de una que implicase al estado de la seguridad nacional. Lo mismo cabe decir con respecto a los dos intentos de asesinar a Gerald Ford.
En realidad podría argüirse fácilmente que es a la inversa. Los partidarios de la teoría del solitario sencillamente no pueden llegar a aceptar la posibilidad de que el estado de la seguridad nacional de EEUU, cuya existencia creen necesaria para que sobreviva la nación, eliminase a su propio presidente.
Oh, seguro, pueden aceptar que los militares y la CIA realizasen operaciones de cambio de régimen en otros países, ya sea por golpe, invasión o asesinato, tal como hicieron o intentaron en Cuba, Irán, Guatemala, Chile y otros sitios. Pueden aceptar también que el estado de la seguridad nacional, drogase, asesinase, torturase o ejecutase a ciudadanos particulares americanos. Pueden aceptar que el estado de la seguridad nacional, en especial el FBI, se infiltrase en grupos americanos para espiarlos, ficharlos, humillarlos y destruir su reputación. Pueden aceptar que los militares y la CIA harán cuanto sea necesario para proteger la seguridad nacional, sin importar lo repugnante que sea.
Pueden aceptar la tesis común de que la constitución no es un pacto de suicidio, y que los funcionarios pueden violar la ley si es necesario hacerlo para salvar a la nación. Pero sencillamente no llegan a aceptar la idea de que el estado de la seguridad nacional tuviese jamás por objetivo al presidente de EEUU en una operación de cambio de régimen basada en la seguridad nacional. Semejante acción es para ellos simplemente inconcebible.
La autopsia
Así como las pruebas en torno al asesinato de John F. Kennedy han ido surgiendo poco a poco a lo largo de los años – interrumpiendo el periodo de sigilo de 75 años ordenado por la Warren Commission – los partidarios del “solitario” han ido escondiendo la cabeza en la arena, bien ignorando pruebas desagradables o sugiriendo que los que aportaban dichas pruebas tenían que estar mintiendo, sin duda como parte de una gigantesca conspiración.
Consideremos estos llamativos ejemplos.
Durante las audiencias por el asesinato de Kennedy ante el House Select Committee en los últimos 1970, el congreso dispensó expresamente al personal que había participado en la autopsia de Kennedy ordenada por los militares del juramento de sigilo al que inmediatamente después de la misma les obligaron los militares.
¿Por qué fueron obligados esos soldados a guardar silencio sobre cuanto presenciaron durante la autopsia? ¿Qué posibles cuestiones de seguridad nacional habrían justificado el obligarlos a firmar un juramento escrito de sigilo y amenazarlos con severas penas si lo quebrantaban?
Recordemos los hechos críticos. El presidente fue asesinado en Tejas, en cuyo estado la ley exigía la práctica de una autopsia. ¿Cuál es la finalidad de una autopsia? Determinar la causa exacta de la muerte. El forense realiza un examen detallado y completo del cadáver, tomando fotografías y radiografías oficiales del mismo.
Por ejemplo, si Kennedy hubiese recibido disparos de frente, una autopsia auténtica y correcta lo habría registrado. Obviamente, una autopsia y el informe final de ésta son pruebas de decisiva importancia en el proceso penal subsiguiente de quien sea imputado del crimen y condenado por él.
Sin embargo, la autopsia no se hizo en Tejas. ¿Por qué? Porque los agentes del servicio secreto se negaron a permitirlo. En efecto, cuando el forense de Dallas se opuso firmemente a que el cadáver de Kennedy saliese del Parkland Hospital, afirmando repetidamente que la ley de Tejas obligaba a realizar una autopsia, un equipo de agentes del servicio secreto blandieron sus armas dejando bien clara su idea de disparar a matar contra el que se atreviese a impedir la salida del cadáver de Kennedy del hospital.
¿Por qué estaban tan empeñados los agentes en sacar el cadáver de Parkland? Una razón era que Lyndon Johnson lo estaba esperando. Éste se negó a dejar que despegase el Air Force One sin el ataúd, pese a su supuesta preocupación porque el asesinato fuese a desencadenar un ataque nuclear soviético a EEUU. Ya se estaban quitando los asientos traseros del Air Force One para hacer sitio al ataúd, lo que indicaba que los agentes del Parkland Hospital tenían órdenes de Johnson.
El cadáver de Kennedy fue llevado a la base aérea de Andrews, cerca de Washington, D.C. El ataúd en el que habían colocado el cadáver en el Parkland Hospital se instaló en el fondo de un automóvil en el que viajaba Jacqueline, la esposa de Kennedy. Cuando el automóvil llegó al Naval Medical Center de Bethesda, donde los militares de EEUU practicarían la autopsia, todos, incluida Mrs. Kennedy, suponían naturalmente que el cadáver del presidente estaba dentro del ataúd de Dallas.
Sin embargo, ése no era el caso. Tanto las pruebas directas como las circunstanciales demuestran rotundamente que el cadáver del presidente ingresó en la morgue de Bethesda hora y media antes de la llegada oficial del ataúd de Dallas.
¿Una conspiración real?
Esta cuestión surgió por primera vez en 1981 en el libro de David Lifton Best Evidence. Por entonces y por orden del House Select Assassinations Committee, varios de los hombres alistados que participaron en diversas fases de la autopsia fueron dispensados del juramento de sigilo que los militares les hicieron firmar en noviembre de 1963. Éstos confirmaron inequívocamente la anterior entrega del cadáver del presidente a la morgue en un ataúd diferente de aquél en que fue colocado antes de salir de Dallas.
Más tarde, en la década de 1990, como relata Douglas P. Horne en su libro de cinco tomos sobre el asesinato Inside the Assassination Records Review Board, la ARRB descubrió un informe oficial, de fecha 26 de noviembre de 1963, del sargento de marina Roger Boyajian que probaba también la anterior llegada del cadáver del presidente a la morgue. (Para una detallada exposición de los hechos y circunstancias en torno a la anterior llegada del cadáver del presidente, véase mi artículo “The Kennedy Casket Conspiracy”, en www.fff.org/explore-freedom/article/kennedy-casket-conspiracy/.)
La ARRB descubrió además un informe, de fecha 22-23 de noviembre de 1963, del depósito de cadáveres encargado de la preparación postautopsia, que dice: “Cadáver sacado del ataúd metálico de transporte en NSNH en Bethesda.” El ataúd de Dallas no era metálico, sino un costoso y pesado ataúd de ornato fúnebre del tipo usual en los entierros.
¿Y qué dicen los partidarios de la teoría del solitario a todo esto? O guardan silencio sobre el tema, como si no hubiese sucedido el hecho, o sugieren que todos los hombres alistados y el depósito de cadáveres mienten.
Ocupémonos primero de la segunda alternativa. ¿Qué motivo tendrían los hombres alistados y los funcionarios del depósito de cadáveres para mentir sobre cuándo llegó el cadáver de Kennedy a la morgue? ¿Qué les habría obligado a hacer una cosa así?
Y pensemos: Si mentían, ¿podría cada uno de ellos salir con la misma mentira sin contar con los demás? Necesariamente habrían tenido que entrar en conspiración con cada uno de los otros para elaborar una versión falsa sobre cuándo fue entregado a la morgue de Bethesda el cadáver del presidente.
Y aquí tenemos a los partidarios del solitario, que desprecian la idea de que Kennedy podría haber sido víctima de un complot, sugiriendo implícitamente la más ridícula y extravagante conspiración – que el grupo de hombres alistados y los funcionarios del depósito de cadáveres se habían conjurado para presentar una versión falsa sobre cuándo fue entregado a la morgue el cadáver del presidente.
Además, de existir tal conspiración, seguro que el gobierno habría perseguido ferozmente a los implicados. Sin duda, les habría formado un consejo de guerra o condenado al sargento Boyajian por redactar un informe oficial falso en el marco de una conspiración.
Pero el gobierno no les hizo nada. Tampoco el pentágono se molestó en acusarlos de mentir. Al contrario, el gobierno, incluidos los militares, ha procedido decenio tras decenio como si ni ellos ni su versión de lo sucedido jamás hubiesen existido. En otras palabras, hace como si aquello nunca pasó y por tanto no lo contempla. El problema desaparecerá finalmente.
No olvidemos que los militares americanos querían que los testigos permaneciesen mudos el resto de su vida y sus informes clasificados al menos 75 años, como ordenó la Warren Commission. Para eso eran los juramentos de sigilo.
¿Por qué? ¿Por qué tanto secretismo? ¿Por qué fue entregado a la morgue el cadáver del presidente antes de lo que cualquiera podría pensar? ¿Qué finalidad tenía? ¿Por qué, después de tanto tiempo, no pueden los militares dar la cara y explicarnos lo que pasó? ¿Por qué no pueden los partidarios de la teoría del solitario unirse a los investigadores del asesinato para pedir explicaciones?
¿Qué tendría de malo? ¿Cómo podría verse amenazada la seguridad nacional por una explicación clara y completa de que el cadáver del presidente llegase en secreto a la morgue de Bethesda hora y media antes de lo que cualquiera podría imaginar?
Los cerebros
Veamos uno de los más sorprendentes descubrimientos de la Assassination Records Review Board en los 1990, el relativo al cerebro del presidente. ¿O a los “cerebros”?
Resulta que, mientras que los patólogos militares afirmaron que sólo hubo un examen del cerebro, que habría sido por el procedimiento standard, la ARRB encontró pruebas circunstanciales que indicaban que se realizó un segundo examen de cerebro, un examen de otro cerebro, que no pertenecía al presidente, pero que los militares hicieron pasar por el cerebro de Kennedy. Hay un link con un artículo del Washington Post sobre el hallazgo de la ARRB aquí mencionado: www.washingtonpost.com/wp-srv/national/.
¿Por qué demonios realizarían los militares dos exámenes de cerebro separados como parte de la autopsia de Kennedy, uno de los cuales no era el cerebro del presidente, pero que se hizo pasar fraudulentamente por tal? ¿Qué razones de seguridad nacional podrían justificar esa mistificación?
El problema fundamental es éste: Como para los partidarios de la teoría del solitario es simplemente inconcebible que Kennedy fuese el objetivo de una operación de cambio de régimen a manos del estado de la seguridad nacional, se niegan a considerar los muchos detalles inusuales del caso, detalles que indican una conducta nefaria por parte de los militares, la CIA, el FBI, el servicio secreto y demás ramas del estado de la seguridad nacional.
Esto nos hace volver al motivo. ¿Qué motivo podría haber tenido el estado de la seguridad nacional para que Kennedy fuese el objetivo de una operación de cambio de régimen?
La respuesta es simple y no sorprende, gira en torno a las dos palabras más importantes en la vida del pueblo americano desde la segunda guerra mundial: seguridad nacional.