The following is a Spanish translation of “The Evil of the National Security State” by Jacob G. Hornberger. The translation was done for FFF on a complimentary basis by a FFF supporter in Spain. Please share it with your Spanish-speaking friends.
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Uno de los ejemplos más evidentes del giro que emprendió América hacia el imperio, el militarismo y el estado de la seguridad nacional es el que atañe a Cuba. Este pequeño país, a 90 millas de la costa de EEUU, resume los efectos que tuvo dicho giro sobre los valores y principios del pueblo americano.
Consideremos el embargo económico que el gobierno de EEUU ha mantenido frente a Cuba por más de medio siglo y ha supuesto un enorme perjuicio económico para el pueblo cubano, agravado por el sistema económico radicalmente socialista que ha venido padeciendo a lo largo de todo ese mismo tiempo.
¿Cuál ha sido el propósito del embargo? La respuesta es: preservar la seguridad nacional mediante un cambio de régimen que apartaría del poder a Fidel Castro y su régimen comunista, sustituyéndolo por un régimen servil al gobierno de EEUU.
¿Qué papel desempeñaría el embargo en este proceso? El propósito era causar un masivo daño económico a la población cubana – toda clase de privaciones, pobreza y hasta hambre.
Luego, a consecuencia de este sufrimiento, la idea era que Castro fuese apartado del poder, bien por una rebelión ciudadana, un golpe militar o por la dimisión del propio Castro.
Obviamente, el plan nunca tuvo éxito, pese a que sin duda los funcionarios de EEUU, 50 años después de decretado el embargo, sigan esperando que lo tenga.
El embargo es también un clásico ejemplo de cómo el giro hacia el imperio, el militarismo y el estado de la seguridad nacional ha pervertido los valores y principios del pueblo americano. Si bien ha habido quienes se han opuesto al embargo, incluso desde el primer momento, la mayoría de la población americana se ha plegado a la autoridad de su gobierno. Si los funcionarios de EEUU creían que el embargo a Cuba era necesario para defender la seguridad del país, esto era cuanto los americanos tenían que saber para tranquilizar su conciencia por el daño que su gobierno infligía a la población cubana.
Irónicamente, a los pocos años de instituir el embargo a Cuba, el gobierno de EEUU, bajo la presidencia de Lyndon Johnson, declaró su “guerra a la pobreza”, una guerra doméstica cuyo supuesto motivo era una grave inquietud por los pobres de la sociedad. Pero el pueblo cubano era uno de los más pobres del mundo y el mismo gobierno que tan preocupado decía estar por la pobreza hacía todo lo posible por causar más sufrimiento a los pobres de Cuba.
El embargo a Cuba evidenció uno de los principios básicos del estado de la seguridad nacional: que el fin, la defensa de la seguridad nacional, justifica los medios, sean los que sean, para conseguirlo. Si la seguridad nacional exigía que el gobierno infligiese un gran sufrimiento a los cubanos, entonces esto era justamente lo que había que hacer. Nada podía cuestionar la protección de la seguridad nacional, cualquiera que sea la significación del término. Lo que importaba era que el establishment de la seguridad nacional – esto es los militares y la CIA – sabía lo que la seguridad nacional significaba y que tenía la responsabilidad final de defenderla.
Por su parte, los americanos permanecerían callados, pues se esperaba que se plegasen a la autoridad del gobierno. La seguridad nacional lo era todo.
La conciencia fue el precio
¿Qué decir de la conciencia? ¿Qué pasaría si los americanos, cuyos valores tradicionales incluían la compasión por los pobres y la empatía por los dolores ajenos, se opusieran al embargo? ¿Qué sería del principio cristiano de amar al prójimo como a ti mismo?
Se esperaba que los americanos dejasen todo eso, y no fallaron. Abandonaron la conciencia por la seguridad nacional. No importaba el sufrimiento que el embargo causase al pueblo cubano. Eso no era algo que preocupase a la mayoría de los americanos. Dado que los funcionarios de EEUU habían determinado que la seguridad nacional requería la imposición del embargo, eso era todo lo que importaba.
La conciencia no fue lo único que dejaron de lado los americanos con el embargo a Cuba. También traicionaron los valores tradicionales de América sobre la propiedad privada, la libre empresa y el gobierno de poderes limitados.
Después de todo, si el embargo era un ostensible ataque al bienestar económico del pueblo cubano, a la vez era algo que coartaba la libertad de los americanos. Entre cuyos principios de libertad económica figura el derecho fundamental, dado por Dios, que tiene el pueblo americano de viajar a donde quiera y de disponer de su dinero como le plazca.
Pero el embargo hizo que fuese un delito de competencia federal el gastar dinero en Cuba sin una licencia del gobierno de EEUU, que en la práctica equivalía a la prohibición de viajar a Cuba. Si un americano era sorprendido violando el embargo, digamos, viajando a Cuba como turista, el gobierno de EEUU le perseguiría por la vía penal, le demandaría por la civil o ambas cosas a la vez.
La ironía del caso era que precisamente eso era el tipo de control económico que Castro estaba ejerciendo en Cuba tras su compromiso con el socialismo. En el intento de echar del poder a Castro, los funcionarios de EEUU estaban imponiendo a su pueblo la misma clase de controles socialistas que Castro.
La mayoría de los americanos guardó silencio. Sólo importaba la seguridad nacional. Si los funcionarios de EEUU decidían que había que adoptar métodos socialistas para defender la seguridad nacional, bastaba esa justificación para renunciar a una notable parte de libertad económica. El fin justificaba los medios.
En realidad, la mentalidad americana durante la guerra fría era incluso peor. No era ya que los americanos viesen a su gobierno adoptar medios malos o inmorales para defender la seguridad nacional, sino que el punto de vista era que todo lo que hacían los funcionarios de EEUU para proteger la seguridad nacional no era malo ni inmoral en absoluto. La opinión generalizada, dentro y fuera del gobierno de EEUU, era que incluso si el gobierno emplease los mismos métodos que los comunistas, tales métodos eran buenos cuando los empleaban los funcionarios de EEUU y malos cuando lo hacían los comunistas.
Asesinatos
Un buen ejemplo de esta mentalidad atañe a los asesinatos. Comúnmente y en sentido objetivo, el asesinato es algo malo. El asesinato es homicidio con todos los agravantes, una acción que supone un grave pecado según los principios judeo-cristianos. El asesinato es algo que nuestros antecesores americanos rechazaban como objetivamente malo. Cuando la constitución fijó la existencia del gobierno federal, el poder de asesinar no figuraba entre los poderes delegados enumerados en la misma. Además, para despejar cualquier duda al respecto, el pueblo americano, como condición para aceptar al gobierno federal, exigió la promulgación de la Quinta Enmienda, que expresamente prohíbe al gobierno privar de la vida a las personas sin que tengan un juicio justo.
Todos estos principios fueron echados por la borda cuando se trataba de Cuba y la guerra fría. El establishment de la seguridad nacional se implicó en numerosos intentos de asesinato al presidente cubano, Fidel Castro. Y la CIA lo intentó también repetidamente y de diferentes maneras.
A nadie sorprenderá que los funcionarios de EEUU justificaran sus intentos de asesinato por razones de seguridad nacional. El fin – la defensa de la seguridad nacional – justificaba los medios –asesinatos.
Por lo demás se esperaba que los americanos no cuestionaran o rechazaran lo que la CIA o los militares hacían en nombre de la seguridad nacional. Y si lo hiciesen serían sometidos al más minucioso escrutinio por el establishment de la seguridad nacional.
Por su parte, los americanos comprendían que el estado de la seguridad nacional estaba haciendo cosas que había que ocultar – cosas repugnantes, pero por desgracia necesarias para defender la seguridad nacional.
Era como si implícitamente hubiese un pacto entre el pueblo americano y los funcionarios del estado de la seguridad nacional. Según este pacto, los funcionarios de EEUU tendrían el poder absoluto de hacer cuanto creyesen necesario para proteger la seguridad nacional, como asesinar a funcionarios extranjeros. Tales cosas se mantendrían secretas para no perturbar la conciencia de los americanos con las repugnantes cosas que sus funcionarios hacían para defender la seguridad nacional.
Por su parte, los americanos no harían preguntas y se plegarían a la autoridad de su gobierno. Lo que importaba era, ante todo, la defensa de la seguridad nacional, un concepto de significado cambiante, determinado siempre subjetivamente por los funcionarios del estado de la seguridad nacional.
Igualmente importante, la gente, tanto en el gobierno como en el sector privado, estaba convencida de que, aunque los funcionarios de EEUU estuviesen haciendo cosas repugnantes, como asesinar a las personas, tales cosas no eran malas porque las hacían funcionarios de EEUU para defender la seguridad nacional. Esto es, cuando los comunistas asesinaban a las personas, eso era algo malo; pero, cuando la CIA asesinaba a las personas, eso era algo bueno porque lo hacían funcionarios americanos para proteger la seguridad nacional de EEUU.
Los intentos de asesinato de la CIA a Fidel Castro implicaban algo aún más repugnante –la secreta asociación que la CIA había establecido con la mafia como parte de los intentos de asesinar a Castro.
Bajo criterios objetivos de moralidad y conducta justa, la gente consideraría a la mafia una organización mala, dadas las cosas malas en que está implicada, tales como asesinato, extorsión y soborno.
Pero los criterios objetivos se tiraron por la borda al tratarse de la guerra fría. Si los funcionarios de la CIA determinaban que, por razones de seguridad nacional, era necesario asociarse con la mafia para asesinar a Fidel Castro, esto estaba bien desde el punto de vista moral. Además, mientras que las otras cosas que la mafia hacía se consideraban malas, una vez que ésta se unió a la CIA para asesinar a Castro, esta acción se juzgaba buena. El fin – defender la seguridad nacional – justificaba los medios – la asociación de la CIA con una organización asesina que infringía todas las leyes para asesinar a Castro.
Recordemos por un momento que el objetivo de la CIA al atentar contra la vida de Castro era el mismo que el del embargo: preservar la seguridad nacional mediante un cambio de régimen en Cuba, puesto que se confiaba en que el asesinato de Castro daría paso a un político que fuese servil al gobierno de americano.
Otras intentonas
Los intentos de asesinar a Castro no fueron el único camino elegido por la CIA para lograr el cambio de régimen en Cuba. Los esfuerzos por reemplazar a Castro por un gobernante afín a EEUU empezaron con la invasión de Cuba por la CIA en Bahía Cochinos, una acción que tuvo lugar a los pocos meses de asumir John Kennedy la presidencia.
La invasión de Bahía Cochinos era un proyecto de la CIA surgido durante la administración Eisenhower. Desde el primer momento, la operación se basaba en una mentira, que el estado de la seguridad nacional trató de vender al pueblo americano. Si bien la invasión estaba orquestada por la CIA, el plan exigía que los funcionarios americanos, incluido Kennedy, los militares y la CIA misma mintiesen al pueblo americano sobre el papel de esta última en la operación. Los funcionarios americanos intentaron colar la falsa versión de que la invasión únicamente era cosa de exiliados cubanos que querían librar a su país de la tiranía de Fidel Castro.
Aunque el engaño se descubrió después de la invasión, la mentira oficial se convirtió en un principio establecido bajo el estado de la seguridad nacional. El fin justificaba los medios. Si los funcionarios de EEUU tenían que mentir para defender la seguridad nacional, que así sea. En tal caso, la mentira no se consideraría mala. Una vez que el gobierno americano lo hacía por razones de seguridad nacional, el engaño practicado por funcionarios de EEUU era algo necesario y bueno. Sólo había engaño por parte de los otros, como los comunistas, que sí era malo.
Hubo también numerosos ataques terroristas en Cuba auspiciados por la CIA, en los que los agentes pagados por ésta bombardearían o sabotearían negocios, haciendas e industrias. De nuevo, el fin justificaba los medios. La seguridad nacional era todo lo que importaba.
Uno de los sucesos más trágicos de la guerra fría fue el ataque terrorista a un avión de línea cubano, derribado en el espacio aéreo venezolano. En él murieron docenas de personas, incluyendo a los miembros del equipo nacional de esgrima de Cuba. Aunque faltan pruebas directas de la implicación de la CIA en el ataque, no hay duda de que la gente que lo cometió tenía la misma mentalidad que la CIA – el fin justificaba los medios.
Es interesante además que el gobierno de EEUU, hasta la fecha, haya seguido dando cobijo invariablemente a un hombre acusado de orquestar el ataque, un agente de la CIA llamado Luis Posada Carriles. Hace años, el gobierno venezolano, con el que EEUU tiene un tratado de extradición, solicitó la extradición de Posada a Venezuela para juzgarlo por el asesinato de las personas que ocupaban el avión. El gobierno americano ha rehusado repetidamente acceder a la solicitud de extradición. Hay que señalar también que Posada fue condenado en Panamá por intentar asesinar a Fidel Castro, una acción tipificada como delito penal en Panamá. Después fue amnistiado por el presidente saliente panameño, lo que le permitió emigrar a EEUU, donde el gobierno americano le proporciona un refugio seguro, previniendo su extradición a Venezuela.
Naturalmente, la CIA no fue la única rama del estado de la seguridad nacional implicada en realizar un cambio de régimen en Cuba. Los militares americanos perseguían también ese objetivo. En efecto, uno de los más llamativos – y reveladores – aspectos de la mentalidad militar durante la guerra fría es el relativo a un plan del pentágono conocido como operación Northwoods.
El fin de la operación era proporcionar una justificación a los efectivos americanos para invadir militarmente Cuba y proceder a un cambio de régimen. El plan, unánimemente aprobado por el estado mayor conjunto, fue presentado a Kennedy tras el fracaso de la invasión de la CIA en Bahía Cochinos y antes de la crisis de los misiles.
El plan encargado a los agentes americanos era hacerse pasar por agentes del gobierno cubano y “atacar” la base de EEUU en Guantánamo. También se encargaba a falsos agentes cubanos cometer actos terroristas en EEUU, implicando posiblemente la pérdida de inocentes vidas americanas para que resultase más realista. El plan preveía además secuestrar un avión de línea americano, que desaparecería de los radares, siendo sustituido por un avión sin piloto que se precipitaría al mar como si fuese el verdadero avión de línea.
Éste volaría luego secretamente de regreso a su base en EEUU. Ominosamente, el plan no explicaba cómo volverían los pasajeros con sus familias supuesto que se los daba por muertos.
El motivo detrás de todo este engaño era proporcionar una excusa para ordenar una invasión militar de Cuba. La idea era que EEUU estaría simplemente respondiendo a un ataque cubano, en vez de agredir a Cuba invadiendo la isla sin provocación alguna.
El plan del pentágono requería obviamente que el presidente engañase al pueblo americano y a la población mundial, tal como la CIA había pedido que mintiese acerca del papel de ésta en la invasión de Bahía Cochinos. El pentágono esperaba que Kennedy apareciese en la televisión nacional, mirando fijamente a las cámaras, y le contase al pueblo americano la mentira de que EEUU había sido atacado por terroristas cubanos, lo que exigía que EEUU invadiese el país.
En honor a la memoria de Kennedy, hay que señalar que éste rechazó la operación Northwoods. Simplemente por considerarla disparatada. No así para el establishment militar, como tampoco la invasión de Bahía Cochinos, los intentos de asesinato, la alianza con la mafia y las numerosas acciones terroristas contra Cuba eran malos para la CIA. Recuérdese que, según los principios del estado de la seguridad nacional, el fin justifica los medios, y cuanto el gobierno de EEUU hiciese para defender la seguridad nacional se consideraría automáticamente bueno.
Huelga decir, sin embargo, que el sentido de decencia moral de Kennedy con respecto a la operación Northwoods no alcanzaba al cruel embargo económico a Cuba, instigado por el propio Kennedy, no sin antes encargar una gran cantidad de puros cubanos que entraron en el país para entregárselos en la Casa Blanca.
La causa
Bueno: ¿Qué fue lo que hizo Fidel Castro para justificar la invasión de Cuba por el gobierno americano, los numerosos atentados contra su vida, las acciones terroristas contra Cuba y los 50 años de embargo, que han contribuido a agravar las penalidades económicas cubanas?
Ésta es en verdad una cuestión fascinante, una que, yo diría, muy pocos americanos se han planteado jamás.
¿Atacó Castro alguna vez a EEUU? ¿Intentó asesinar a Dwight Eisenhower o a John Kennedy o a algún otro mandatario americano? ¿Se implicó acaso en ataques terroristas dentro de EEUU?
No, Castro no hizo ninguna de estas cosas – cosas que el estado de la seguridad nacional de EEUU le ha venido haciendo a Cuba.
Entonces, la cuestión sigue siendo: ¿Por qué? ¿Por qué los permanentes esfuerzos para cambiar el régimen en Cuba? ¿Por qué se cometieron todas esas acciones repugnantes? ¿Por qué se olvidaron los principios morales objetivos? ¿Por qué se coartó la libertad económica? ¿Por qué faltó la conciencia?
La respuesta estriba en cuál fue la fuerza que impulsó todo el estado de la seguridad nacional tras la segunda guerra mundial e incluso antes: el miedo – el horrible e irreprimible miedo al comunismo.