Las dos palabras más importantes en la vida de los americanos durante los últimos 60 años han sido “seguridad nacional”. El término ha transformado la sociedad americana a peor. Ha pervertido sus principios y valores. Ha atrofiado las conciencias. Ha alterado el orden constitucional. Y ha producido un gobierno, democráticamente elegido, que ejerce poderes totalitarios.
Ahora vivimos en un país cuyo gobierno ejerce la autoridad legal de practicar redadas de personas, inclusive ciudadanos, y mandarlas a campos de concentración, centros de detención o calabozos militares, donde el gobierno puede torturarlas, encarcelarlas indefinidamente y hasta ejecutarlas como sospechosas de terrorismo.
Ahora vivimos en un país cuyo gobierno ejerce la autoridad legal de enviar a sus militares y agentes de inteligencia a cualquier otro país del mundo, secuestrar a personas en él residentes y meterlas en una prisión para su tortura, detención indefinida o incluso su ejecución.
Ahora vivimos en un país cuyo gobierno ejerce la autoridad legal de husmear en los hogares y negocios sin orden de registro alguna; de intervenir sus correos electrónicos, llamadas telefónicas y transacciones financieras; así como de espiar a los ciudadanos.
Ahora vivimos en un país cuyo gobierno ejerce la autoridad legal de apoyar, con dinero y armamento, a regímenes totalitarios en todo el mundo y de asociarse con ellos con el propósito de torturar a las personas que el gobierno de EEUU ha secuestrado.
Ahora vivimos en un país cuyo gobierno ejerce la autoridad legal de asesinar a quien quiera, inclusive ciudadanos americanos, en cualquier parte del mundo, incluso aquí mismo en EEUU.
Ahora vivimos en un país cuyo gobierno ejerce la autoridad legal de imponer sanciones y embargos a cualquier otra nación con severas penas para los americanos y empresas o ciudadanos extranjeros que violen las correspondientes disposiciones.
Ahora vivimos en un país cuyo gobierno ejerce la autoridad legal de invadir y ocupar cualquier país de la tierra, sin declaración de guerra por parte del congreso, con el propósito que sea, inclusive cambiar el régimen y asegurarse recursos naturales.
Y todo esto viene justificado por la rúbrica de la “seguridad nacional”.
La mayoría de las personas convendrá en que ésta no es la clase de país que cree ser América. La nación fue fundada como una república constitucional, cuyos poderes gubernamentales eran sumamente limitados. La idea de plasmar la existencia del gobierno federal en la constitución fue para dejar claro que los poderes de ese gobierno se limitaban a los enumerados en la propia constitución. Para mayor certeza de que todos lo entendían así, el pueblo americano incluyó en la Bill of Rights el pasaje que clarifica aún más las extremas restricciones al poder del gobierno.
Cuatro enmiendas separadas en la Bill of Rights se refieren al poder del gobierno federal de detener tanto a ciudadanos americanos como extranjeros y de causarles daños: la Cuarta, Quinta, Sexta y Octava. Son las relativas a juicio justo, asistencia letrada, acusaciones ante el gran jurado, juicio con jurado, registro e incautación, penas crueles e inusuales, fianza y juicio rápido – cuestiones todas expresamente definidas, reflejando cuan importantes eran para nuestros antepasados americanos y su idea de una sociedad libre.
En la época de la seguridad nacional todas estas cautelas han sido puestas en tela de juicio y arrinconadas por el concepto de seguridad nacional.
Irónicamente, el término ni siquiera figura en la constitución. Uno busca en vano ese otorgamiento de poder relativo a la “seguridad nacional” por todo el documento. No hay tal. Sin embargo, el gobierno ejerce ahora poderes absolutos, unos poderes que jamás haya ejercido la mayor dictadura totalitaria de la historia, bajo la rúbrica de la “seguridad nacional”.
A excepción de los libertarios, apenas nadie la cuestiona o impugna, incluidos los que profesan por la constitución un ardiente fervor. Veamos, por ejemplo, la Cláusula de Comercio Interestatal contenida en la constitución. Durante decenios, libertarios y conservadores han lamentado que el sentido de dicha cláusula se haya ido ampliando hasta hacer de ella un otorgamiento general de poder que faculta al gobierno federal para regular los aspectos más mínimos y localizados de la actividad económica.
También aquí hay una frase, “seguridad nacional”, que no se encuentra en la constitución y que ha sido interpretada para otorgar poderes absolutos, de tipo totalitario, al gobierno federal mientras los conservadores enmudecían.
Otra cosa sería si hubiese habido una enmienda a la constitución estableciendo: “El gobierno federal tendrá el poder de hacer cuanto considere necesario en interés de la seguridad nacional”. Al menos entonces podría uno argüir que tales medidas totalitarias eran constitucionales.
Pero ésta no es la situación en que nos hallamos. Tenemos un gobierno que nos viene con un concepto conocido como “seguridad nacional”, que ha usado luego para adoptar poderes que de otro modo violarían la constitución. Es como si la seguridad nacional fuese el fundamento de la nación, sobre el que descansa todo, constitución, sociedad, ciudadanía, libertad, prosperidad.
Bondad de la seguridad nacional
¿Qué es la “seguridad nacional”? Nadie lo sabe realmente. Hay sí una definición no precisa del término. En realidad es lo que el gobierno diga que es. La seguridad nacional es uno de los términos más vacíos de sentido, más nebulosos y más absurdos de la lengua inglesa; pero, al mismo tiempo, el más importante en la vida del pueblo americano.
Basta con que el gobierno diga “seguridad nacional”, y discusiones y debates cesan. Si el gobierno dice que está en juego la seguridad nacional, se acabó. Los jueces federales desestimarán rápidamente las demandas en cuanto que el gobierno diga “El caso es una amenaza para la seguridad nacional, señor juez”. El congreso parará de inmediato las investigaciones cuando el gobierno alegue que la seguridad nacional está en juego. El ministerio de justicia se someterá al establishment de la seguridad nacional cuando éste saque la tarjeta de la seguridad nacional.
La seguridad nacional, término que ni está en la constitución, prevalece sobre todo. Triunfa sobre los juzgados. Triunfa sobre el ala legislativa del gobierno. Triunfa sobre las investigaciones penales federales. El nebuloso término, que significa siempre lo que quiere el gobierno en un cierto momento, ha pasado a ser el fundamento de la sociedad americana.
¿Qué es el establishment de la seguridad nacional? Lo componen varias agencias, siendo dos de las principales el ingente complejo industrial-militar y la CIA. Estas dos entidades han hecho más por transformar la vida americana que cualquier otra, más aún que el estado benefactor. Son las que aplican las sanciones y los embargos, involucrándose en invasiones, ocupaciones, operaciones de cambio de régimen, golpes, asesinatos, torturas, prisiones indefinidas, “deportaciones” (las infames renditions), asociación con regímenes totalitarios y ejecuciones – todo en nombre de la “seguridad nacional”.
Uno de los más llamativos aspectos de todo esto es el gran éxito que ha tenido el gobierno en convencer a los americanos de dos cosas: que todo ello era necesario para preservar su seguridad y, a la vez, que América ha seguido siendo un país libre pese al hecho de que el gobierno ha adquirido y ejercido poderes totalitarios en aras de preservar la seguridad nacional.
Cuando los americanos ven ejercer tales poderes a países como la Unión Soviética o Corea del Norte pueden reconocerlos fácilmente como totalitarios por naturaleza. Cuando los americanos leen que el gobierno soviético apresaba a su propio pueblo enviándolo al Gulag se revuelven contra el ejercicio de tales poderes totalitarios. La misma reacción muestran cuando oyen que el gobierno norcoreano ha torturado a la gente en su sistema penitenciario. Lo mismo ocurre cuando los americanos oyen que el gobierno chino ha detenido y encarcelado a las personas durante años sin cargos ni juicio.
Pero cuando el gobierno estadounidense hace tales cosas – o bien reclama la autoridad para hacerlas en nombre de la seguridad nacional – el pensamiento del americano medio cambia de registro. No puede ser malo para el gobierno de EEUU ejercer tales poderes, porque los que los ejercen son americanos, no comunistas. Esos agentes llevan la bandera americana en la solapa. Tienen hijos en las escuelas públicas de América. Lo hacen para que estemos seguros. Son de los nuestros. No seríamos libres sin ellos. Están preservando nuestra seguridad nacional.
Otro llamativo aspecto, junto a todo esto, es el modo de pensar en el propio establishment de la seguridad nacional. Aunque están ejerciendo la misma clase de poderes que los regímenes totalitarios, la última cosa que acudiría a sus mentes es que estaban haciendo algo malo o inmoral. Piensan estar combatiendo el mal para defender la seguridad y la libertad. Es cierto que tienen que hacer cosas repugnantes, pero esas cosas son necesarias para salvar a la nación. Los americanos gozamos de seguridad y libertad por lo que hacen y se lo agradecemos.
Por último, como abogados del estado de la seguridad nacional, nos recuerdan con frecuencia que la constitución no es un pacto suicida. Si hay que tomar medidas para salvar a la nación – o la seguridad de la nación – que son contrarias a la constitución, pues que lo sean. ¿De qué valdría observar estrictamente la constitución si con ello la nación cayese en manos de los terroristas o los comunistas?
Así, cuando los funcionarios en los regímenes totalitarios apresan a las personas sin cargos, las encarcelan indefinidamente, las torturan y las ejecutan, lo que están haciendo es malo. Pero, cuando los funcionarios en el estado de seguridad nacional de EEUU hacen las mismas cosas – y más – las consideran buenas, y la población las considera de igual manera, simplemente porque lo hacen para avanzar en la libertad y defender la seguridad nacional de EEUU.
E incluso cuando las cosas no están tan claras, al menos no cuando se trata de la seguridad nacional, hay regímenes totalitarios extranjeros considerados malos, mientras que otros se juzgan buenos. Veamos, por ejemplo, Irán y Corea del Norte, que en opinión del establishment de la seguridad nacional de EEUU son regímenes totalitarios malos.
Pero, por el contrario, Egipto, que ha sido gobernado durante casi 30 años por una brutal dictadura militar, un régimen totalitario que ejerce la misma clase de poder totalitario que ejerce actualmente el gobierno de EEUU. Durante decenios, los agentes militares y de inteligencia egipcios han apresado a las personas, las han llevado a campos de prisioneros por tiempo indefinido, las han torturado y ejecutado sin cargos y sin juicio. Pese a ello, el establishment de la seguridad nacional de EEUU ha considerado largo tiempo como buena a la dictadura militar egipcia por sus estrechas relaciones con ella. En efecto, en los últimos decenios el gobierno de EEUU ha enviado cientos de millones de dólares, en dinero y armamento, a Egipto para ayudar a financiar su dictadura militar totalitaria, ya que existía una estrecha cooperación entre sus respectivos aparatos de la seguridad nacional.
Así, el estado de seguridad nacional egipcio acordó incluso servir como socio del imperio de EEUU para deportación y tortura, relación que permitía a los americanos enviar a Egipto a víctimas de un secuestro para torturarlas.
Régimen bueno, régimen malo
El inframundo de la seguridad nacional resulta a veces aún más nebuloso con naciones que pasan de acá para allá de buenas a malas y viceversa. Veamos a Irán e Iraq, por ejemplo. En 1953 Irán era considerado una amenaza para la seguridad nacional de EEUU. Por eso, la CIA, uno de los principales componentes del establishment de su seguridad nacional, acometió su primera operación de cambio de régimen al derribar al primer ministro, Mohammad Mossadegh, democráticamente elegido, e instalar al shah de Irán en el poder.
Durante los 25 años siguientes Irán fue considerado bueno pese a que el régimen del shah era totalitario por naturaleza. En efecto, la CIA le ayudó a él y a su establishment de la seguridad nacional incluso a oprimir al pueblo iraní. Cuando los iraníes se rebelaron finalmente contra la tiranía impuesta por el estado de la seguridad nacional de EEUU, Irán pasó inmediatamente a ser un régimen malo a los ojos del establishment de la seguridad nacional de EEUU, si bien el nuevo régimen no hacía nada diferente a lo que el régimen del shah había hecho.
Durante los años 80 del pasado siglo, Iraq tenía un régimen totalitario brutal dirigido por Saddam Hussein. Pero era tenido por bueno porque era amigo del estado de la seguridad nacional de EEUU. En efecto, durante dicho tiempo la relación era tan sólida que EEUU incluso suministró a Iraq armas biológicas y químicas de destrucción masiva para que Saddam atacase a Irán (que era considerado como malo).
Después, cuando Iraq invadió Kuwait, el establishment de la seguridad nacional de EEUU reclasificó a Iraq, que paso a ser un régimen malo. Hoy Iraq está gobernado por un régimen democráticamente elegido que ejerce los mismos poderes totalitarios que Saddam, pero es tenido por un régimen bueno porque se lo cree estar de parte del estado de la seguridad nacional de EEUU. Si al final se alinea formalmente con Irán, como muchos creen que hará, volverá a la fila de los malos.
¿Cómo se ha llegado a esto? ¿Cómo se han transformado los EEUU de una república constitucional en un estado de la seguridad nacional? ¿Cómo ha pasado a ser el concepto de la seguridad nacional la estrella guía de la sociedad americana sin siquiera la apariencia de una enmienda constitucional? ¿Cómo se convirtieron el establishment de la seguridad nacional – el inmenso complejo industrial-militar permanente y la CIA – en la base de la sociedad americana?
Cuestión más importante es si un estado de la seguridad nacional es en verdad compatible con los principios de una sociedad libre. ¿Se engañaron los americanos pensando que podían mantener una sociedad libre y segura con un gobierno que ejerce poderes totalitarios? ¿Sacrificaron su libertad, su seguridad, sus valores y sus conciencias en el altar de la seguridad nacional?
Más importante quizá ¿Ha llegado la hora de desmantelar el estado de la seguridad nacional a fin de restaurar una sociedad libre, próspera, pacífica, normal y armónica en nuestro país? ¿Es el momento de restaurar una república constitucional, de gobierno limitado, del tipo que clarividentemente soñaron los padres de la nación?
Examinemos estas cuestiones empezando por Cuba.
El Mal del Estado se la Seguridad Nacional, Parte 2
Uno de los ejemplos más evidentes del giro que emprendió América hacia el imperio, el militarismo y el estado de la seguridad nacional es el que atañe a Cuba. Este pequeño país, a 90 millas de la costa de EEUU, resume los efectos que tuvo dicho giro sobre los valores y principios del pueblo americano.
Consideremos el embargo económico que el gobierno de EEUU ha mantenido frente a Cuba por más de medio siglo y ha supuesto un enorme perjuicio económico para el pueblo cubano, agravado por el sistema económico radicalmente socialista que ha venido padeciendo a lo largo de todo ese mismo tiempo.
¿Cuál ha sido el propósito del embargo? La respuesta es: preservar la seguridad nacional mediante un cambio de régimen que apartaría del poder a Fidel Castro y su régimen comunista, sustituyéndolo por un régimen servil al gobierno de EEUU.
¿Qué papel desempeñaría el embargo en este proceso? El propósito era causar un masivo daño económico a la población cubana – toda clase de privaciones, pobreza y hasta hambre.
Luego, a consecuencia de este sufrimiento, la idea era que Castro fuese apartado del poder, bien por una rebelión ciudadana, un golpe militar o por la dimisión del propio Castro.
Obviamente, el plan nunca tuvo éxito, pese a que sin duda los funcionarios de EEUU, 50 años después de decretado el embargo, sigan esperando que lo tenga.
El embargo es también un clásico ejemplo de cómo el giro hacia el imperio, el militarismo y el estado de la seguridad nacional ha pervertido los valores y principios del pueblo americano. Si bien ha habido quienes se han opuesto al embargo, incluso desde el primer momento, la mayoría de la población americana se ha plegado a la autoridad de su gobierno. Si los funcionarios de EEUU creían que el embargo a Cuba era necesario para defender la seguridad del país, esto era cuanto los americanos tenían que saber para tranquilizar su conciencia por el daño que su gobierno infligía a la población cubana.
Irónicamente, a los pocos años de instituir el embargo a Cuba, el gobierno de EEUU, bajo la presidencia de Lyndon Johnson, declaró su “guerra a la pobreza”, una guerra doméstica cuyo supuesto motivo era una grave inquietud por los pobres de la sociedad. Pero el pueblo cubano era uno de los más pobres del mundo y el mismo gobierno que tan preocupado decía estar por la pobreza hacía todo lo posible por causar más sufrimiento a los pobres de Cuba.
El embargo a Cuba evidenció uno de los principios básicos del estado de la seguridad nacional: que el fin, la defensa de la seguridad nacional, justifica los medios, sean los que sean, para conseguirlo. Si la seguridad nacional exigía que el gobierno infligiese un gran sufrimiento a los cubanos, entonces esto era justamente lo que había que hacer. Nada podía cuestionar la protección de la seguridad nacional, cualquiera que sea la significación del término. Lo que importaba era que el establishment de la seguridad nacional – esto es los militares y la CIA – sabía lo que la seguridad nacional significaba y que tenía la responsabilidad final de defenderla.
Por su parte, los americanos permanecerían callados, pues se esperaba que se plegasen a la autoridad del gobierno. La seguridad nacional lo era todo.
La conciencia fue el precio
¿Qué decir de la conciencia? ¿Qué pasaría si los americanos, cuyos valores tradicionales incluían la compasión por los pobres y la empatía por los dolores ajenos, se opusieran al embargo? ¿Qué sería del principio cristiano de amar al prójimo como a ti mismo?
Se esperaba que los americanos dejasen todo eso, y no fallaron. Abandonaron la conciencia por la seguridad nacional. No importaba el sufrimiento que el embargo causase al pueblo cubano. Eso no era algo que preocupase a la mayoría de los americanos. Dado que los funcionarios de EEUU habían determinado que la seguridad nacional requería la imposición del embargo, eso era todo lo que importaba.
La conciencia no fue lo único que dejaron de lado los americanos con el embargo a Cuba. También traicionaron los valores tradicionales de América sobre la propiedad privada, la libre empresa y el gobierno de poderes limitados.
Después de todo, si el embargo era un ostensible ataque al bienestar económico del pueblo cubano, a la vez era algo que coartaba la libertad de los americanos. Entre cuyos principios de libertad económica figura el derecho fundamental, dado por Dios, que tiene el pueblo americano de viajar a donde quiera y de disponer de su dinero como le plazca.
Pero el embargo hizo que fuese un delito de competencia federal el gastar dinero en Cuba sin una licencia del gobierno de EEUU, que en la práctica equivalía a la prohibición de viajar a Cuba. Si un americano era sorprendido violando el embargo, digamos, viajando a Cuba como turista, el gobierno de EEUU le perseguiría por la vía penal, le demandaría por la civil o ambas cosas a la vez.
La ironía del caso era que precisamente eso era el tipo de control económico que Castro estaba ejerciendo en Cuba tras su compromiso con el socialismo. En el intento de echar del poder a Castro, los funcionarios de EEUU estaban imponiendo a su pueblo la misma clase de controles socialistas que Castro.
La mayoría de los americanos guardó silencio. Sólo importaba la seguridad nacional. Si los funcionarios de EEUU decidían que había que adoptar métodos socialistas para defender la seguridad nacional, bastaba esa justificación para renunciar a una notable parte de libertad económica. El fin justificaba los medios.
En realidad, la mentalidad americana durante la guerra fría era incluso peor. No era ya que los americanos viesen a su gobierno adoptar medios malos o inmorales para defender la seguridad nacional, sino que el punto de vista era que todo lo que hacían los funcionarios de EEUU para proteger la seguridad nacional no era malo ni inmoral en absoluto. La opinión generalizada, dentro y fuera del gobierno de EEUU, era que incluso si el gobierno emplease los mismos métodos que los comunistas, tales métodos eran buenos cuando los empleaban los funcionarios de EEUU y malos cuando lo hacían los comunistas.
Asesinatos
Un buen ejemplo de esta mentalidad atañe a los asesinatos. Comúnmente y en sentido objetivo, el asesinato es algo malo. El asesinato es homicidio con todos los agravantes, una acción que supone un grave pecado según los principios judeo-cristianos. El asesinato es algo que nuestros antecesores americanos rechazaban como objetivamente malo. Cuando la constitución fijó la existencia del gobierno federal, el poder de asesinar no figuraba entre los poderes delegados enumerados en la misma. Además, para despejar cualquier duda al respecto, el pueblo americano, como condición para aceptar al gobierno federal, exigió la promulgación de la Quinta Enmienda, que expresamente prohíbe al gobierno privar de la vida a las personas sin que tengan un juicio justo.
Todos estos principios fueron echados por la borda cuando se trataba de Cuba y la guerra fría. El establishment de la seguridad nacional se implicó en numerosos intentos de asesinato al presidente cubano, Fidel Castro. Y la CIA lo intentó también repetidamente y de diferentes maneras.
A nadie sorprenderá que los funcionarios de EEUU justificaran sus intentos de asesinato por razones de seguridad nacional. El fin – la defensa de la seguridad nacional – justificaba los medios –asesinatos.
Por lo demás se esperaba que los americanos no cuestionaran o rechazaran lo que la CIA o los militares hacían en nombre de la seguridad nacional. Y si lo hiciesen serían sometidos al más minucioso escrutinio por el establishment de la seguridad nacional.
Por su parte, los americanos comprendían que el estado de la seguridad nacional estaba haciendo cosas que había que ocultar – cosas repugnantes, pero por desgracia necesarias para defender la seguridad nacional.
Era como si implícitamente hubiese un pacto entre el pueblo americano y los funcionarios del estado de la seguridad nacional. Según este pacto, los funcionarios de EEUU tendrían el poder absoluto de hacer cuanto creyesen necesario para proteger la seguridad nacional, como asesinar a funcionarios extranjeros. Tales cosas se mantendrían secretas para no perturbar la conciencia de los americanos con las repugnantes cosas que sus funcionarios hacían para defender la seguridad nacional.
Por su parte, los americanos no harían preguntas y se plegarían a la autoridad de su gobierno. Lo que importaba era, ante todo, la defensa de la seguridad nacional, un concepto de significado cambiante, determinado siempre subjetivamente por los funcionarios del estado de la seguridad nacional.
Igualmente importante, la gente, tanto en el gobierno como en el sector privado, estaba convencida de que, aunque los funcionarios de EEUU estuviesen haciendo cosas repugnantes, como asesinar a las personas, tales cosas no eran malas porque las hacían funcionarios de EEUU para defender la seguridad nacional. Esto es, cuando los comunistas asesinaban a las personas, eso era algo malo; pero, cuando la CIA asesinaba a las personas, eso era algo bueno porque lo hacían funcionarios americanos para proteger la seguridad nacional de EEUU.
Los intentos de asesinato de la CIA a Fidel Castro implicaban algo aún más repugnante –la secreta asociación que la CIA había establecido con la mafia como parte de los intentos de asesinar a Castro.
Bajo criterios objetivos de moralidad y conducta justa, la gente consideraría a la mafia una organización mala, dadas las cosas malas en que está implicada, tales como asesinato, extorsión y soborno.
Pero los criterios objetivos se tiraron por la borda al tratarse de la guerra fría. Si los funcionarios de la CIA determinaban que, por razones de seguridad nacional, era necesario asociarse con la mafia para asesinar a Fidel Castro, esto estaba bien desde el punto de vista moral. Además, mientras que las otras cosas que la mafia hacía se consideraban malas, una vez que ésta se unió a la CIA para asesinar a Castro, esta acción se juzgaba buena. El fin – defender la seguridad nacional – justificaba los medios – la asociación de la CIA con una organización asesina que infringía todas las leyes para asesinar a Castro.
Recordemos por un momento que el objetivo de la CIA al atentar contra la vida de Castro era el mismo que el del embargo: preservar la seguridad nacional mediante un cambio de régimen en Cuba, puesto que se confiaba en que el asesinato de Castro daría paso a un político que fuese servil al gobierno de americano.
Otras intentonas
Los intentos de asesinar a Castro no fueron el único camino elegido por la CIA para lograr el cambio de régimen en Cuba. Los esfuerzos por reemplazar a Castro por un gobernante afín a EEUU empezaron con la invasión de Cuba por la CIA en Bahía Cochinos, una acción que tuvo lugar a los pocos meses de asumir John Kennedy la presidencia.
La invasión de Bahía Cochinos era un proyecto de la CIA surgido durante la administración Eisenhower. Desde el primer momento, la operación se basaba en una mentira, que el estado de la seguridad nacional trató de vender al pueblo americano. Si bien la invasión estaba orquestada por la CIA, el plan exigía que los funcionarios americanos, incluido Kennedy, los militares y la CIA misma mintiesen al pueblo americano sobre el papel de esta última en la operación. Los funcionarios americanos intentaron colar la falsa versión de que la invasión únicamente era cosa de exiliados cubanos que querían librar a su país de la tiranía de Fidel Castro.
Aunque el engaño se descubrió después de la invasión, la mentira oficial se convirtió en un principio establecido bajo el estado de la seguridad nacional. El fin justificaba los medios. Si los funcionarios de EEUU tenían que mentir para defender la seguridad nacional, que así sea. En tal caso, la mentira no se consideraría mala. Una vez que el gobierno americano lo hacía por razones de seguridad nacional, el engaño practicado por funcionarios de EEUU era algo necesario y bueno. Sólo había engaño por parte de los otros, como los comunistas, que sí era malo.
Hubo también numerosos ataques terroristas en Cuba auspiciados por la CIA, en los que los agentes pagados por ésta bombardearían o sabotearían negocios, haciendas e industrias. De nuevo, el fin justificaba los medios. La seguridad nacional era todo lo que importaba.
Uno de los sucesos más trágicos de la guerra fría fue el ataque terrorista a un avión de línea cubano, derribado en el espacio aéreo venezolano. En él murieron docenas de personas, incluyendo a los miembros del equipo nacional de esgrima de Cuba. Aunque faltan pruebas directas de la implicación de la CIA en el ataque, no hay duda de que la gente que lo cometió tenía la misma mentalidad que la CIA – el fin justificaba los medios.
Es interesante además que el gobierno de EEUU, hasta la fecha, haya seguido dando cobijo invariablemente a un hombre acusado de orquestar el ataque, un agente de la CIA llamado Luis Posada Carriles. Hace años, el gobierno venezolano, con el que EEUU tiene un tratado de extradición, solicitó la extradición de Posada a Venezuela para juzgarlo por el asesinato de las personas que ocupaban el avión. El gobierno americano ha rehusado repetidamente acceder a la solicitud de extradición. Hay que señalar también que Posada fue condenado en Panamá por intentar asesinar a Fidel Castro, una acción tipificada como delito penal en Panamá. Después fue amnistiado por el presidente saliente panameño, lo que le permitió emigrar a EEUU, donde el gobierno americano le proporciona un refugio seguro, previniendo su extradición a Venezuela.
Naturalmente, la CIA no fue la única rama del estado de la seguridad nacional implicada en realizar un cambio de régimen en Cuba. Los militares americanos perseguían también ese objetivo. En efecto, uno de los más llamativos – y reveladores – aspectos de la mentalidad militar durante la guerra fría es el relativo a un plan del pentágono conocido como operación Northwoods.
El fin de la operación era proporcionar una justificación a los efectivos americanos para invadir militarmente Cuba y proceder a un cambio de régimen. El plan, unánimemente aprobado por el estado mayor conjunto, fue presentado a Kennedy tras el fracaso de la invasión de la CIA en Bahía Cochinos y antes de la crisis de los misiles.
El plan encargado a los agentes americanos era hacerse pasar por agentes del gobierno cubano y “atacar” la base de EEUU en Guantánamo. También se encargaba a falsos agentes cubanos cometer actos terroristas en EEUU, implicando posiblemente la pérdida de inocentes vidas americanas para que resultase más realista. El plan preveía además secuestrar un avión de línea americano, que desaparecería de los radares, siendo sustituido por un avión sin piloto que se precipitaría al mar como si fuese el verdadero avión de línea
Éste volaría luego secretamente de regreso a su base en EEUU. Ominosamente, el plan no explicaba cómo volverían los pasajeros con sus familias supuesto que se los daba por muertos.
El motivo detrás de todo este engaño era proporcionar una excusa para ordenar una invasión militar de Cuba. La idea era que EEUU estaría simplemente respondiendo a un ataque cubano, en vez de agredir a Cuba invadiendo la isla sin provocación alguna.
El plan del pentágono requería obviamente que el presidente engañase al pueblo americano y a la población mundial, tal como la CIA había pedido que mintiese acerca del papel de ésta en la invasión de Bahía Cochinos. El pentágono esperaba que Kennedy apareciese en la televisión nacional, mirando fijamente a las cámaras, y le contase al pueblo americano la mentira de que EEUU había sido atacado por terroristas cubanos, lo que exigía que EEUU invadiese el país.
En honor a la memoria de Kennedy, hay que señalar que éste rechazó la operación Northwoods. Simplemente por considerarla disparatada. No así para el establishment militar, como tampoco la invasión de Bahía Cochinos, los intentos de asesinato, la alianza con la mafia y las numerosas acciones terroristas contra Cuba eran malos para la CIA. Recuérdese que, según los principios del estado de la seguridad nacional, el fin justifica los medios, y cuanto el gobierno de EEUU hiciese para defender la seguridad nacional se consideraría automáticamente bueno.
Huelga decir, sin embargo, que el sentido de decencia moral de Kennedy con respecto a la operación Northwoods no alcanzaba al cruel embargo económico a Cuba, instigado por el propio Kennedy, no sin antes encargar una gran cantidad de puros cubanos que entraron en el país para entregárselos en la Casa Blanca.
La causa
Bueno: ¿Qué fue lo que hizo Fidel Castro para justificar la invasión de Cuba por el gobierno americano, los numerosos atentados contra su vida, las acciones terroristas contra Cuba y los 50 años de embargo, que han contribuido a agravar las penalidades económicas cubanas?
Ésta es en verdad una cuestión fascinante, una que, yo diría, muy pocos americanos se han planteado jamás.
¿Atacó Castro alguna vez a EEUU? ¿Intentó asesinar a Dwight Eisenhower o a John Kennedy o a algún otro mandatario americano? ¿Se implicó acaso en ataques terroristas dentro de EEUU?
No, Castro no hizo ninguna de estas cosas – cosas que el estado de la seguridad nacional de EEUU le ha venido haciendo a Cuba.
Entonces, la cuestión sigue siendo: ¿Por qué? ¿Por qué los permanentes esfuerzos para cambiar el régimen en Cuba? ¿Por qué se cometieron todas esas acciones repugnantes? ¿Por qué se olvidaron los principios morales objetivos? ¿Por qué se coartó la libertad económica? ¿Por qué faltó la conciencia?
La respuesta estriba en cuál fue la fuerza que impulsó todo el estado de la seguridad nacional tras la segunda guerra mundial e incluso antes: el miedo – el horrible e irreprimible miedo al comunismo.
El Mal del Estado de la Seguridad Nacional, Parte 3
En 2009 un funcionario retirado del ministerio del exterior de EEUU, Walter Kendall Myers, 73, nieto de Alexander Graham Bell, y su esposa, Gwendolyn, 72, se confesaron culpables de espiar para Cuba durante 30 años. Su delito, pasar a Cuba secretos de la “defensa nacional” de EEUU. Dentro del acuerdo entre las partes, él fue condenado a cadena perpetua y ella a 81 meses de prisión.
En su sentencia, la presidenta del tribunal, la jueza de distrito federal Reggie B. Walton, reprendió a los Myers por lo que habían hecho. Walton les dijo: “Si alguien desprecia al gobierno americano al extremo de lo que parece ser el caso, pueden coger sus trastos y marcharse y no que continúen gozando de los beneficios que este país ofrece para disponerse a socavarlo a la primera ocasión.
¿Qué movió a los Myers a espiar para Cuba? No fue dinero, pues no hubo pago alguno por lo que hicieron. Dijeron a la jueza que desde hacía mucho tiempo seguían la filosofía del comunismo y socialismo, así como los principios de la revolución cubana. Así dijeron:
No actuamos por rencor a EEUU ni por forma alguna de antiamericanismo. No teníamos la intención de causar daño a ningún americano. Nuestro único objetivo era ayudar al pueblo cubano a defender su revolución. Tan sólo confiábamos en prevenir un conflicto.
La ministra del exterior, Hillary Clinton, ordenó una detallada estimación de daños para determinar hasta qué punto la acción de los Myers había afectado a la seguridad nacional.
Hay varios aspectos fascinantes en este caso, todos los cuales arrojan luz sobre la política exterior de EEUU bajo el estado de la seguridad nacional en los últimos 70 años.
En primer lugar, la jueza no pareció nunca cuestionar u objetar la conducta del gobierno de EEUU hacia Cuba desde la revolución de 1959 en dicho país. Es como si ni siquiera hubiese pasado por su mente esa idea. Parecía haber concluido automáticamente que, dado que los Myers habían pasado a Cuba información clasificada de la “defensa nacional”, no había más que hablar. Para la jueza eso suponía sin duda que los Myers odiaban al gobierno de EEUU y que deberían haberse ido a Cuba y no socavar América.
En realidad, no obstante, la cuestión es mucho más compleja, y, si Walton hubiese hecho bien su trabajo como jueza, debería haber tenido en cuenta la política exterior de EEUU hacia Cuba al determinar si aceptaba o no la duración de las condenas de prisión a los Myers previstas en el acuerdo.
¿Cuál fue la información específica que los Myers proporcionaron a Cuba? Por desgracia, bajo los principios de la “seguridad nacional”, el gobierno de EEUU no quiso revelar esa información al pueblo americano, lo que resulta extraño, puesto que los funcionarios cubanos ya la tienen. Pero la información, sea lo que sea, no podría haber tenido nada que ver con la “defensa nacional”, simplemente porque Cuba nunca ha emprendido acciones agresivas contra EEUU. Muy al contrario, la información que los Myers transmitían a Cuba tenía que ser de la naturaleza de “ataque nacional” o “agresión nacional”, porque en los últimos 50 años ha sido siempre el gobierno de EEUU el que ha atacado a Cuba, no al revés.
¿Cuál ha sido la naturaleza del programa de agresión del gobierno de EEUU contra Cuba durante el último medio siglo? Asesinatos, terrorismo, sabotaje, invasión militar y, ni que decir tiene, el continuado mantenimiento del brutal embargo que, en combinación con el sistema económico socialista de Cuba, ha desangrado al pueblo cubano durante más de 50 años.
Tampoco la crisis de los misiles cubanos en 1962, que llevó a EEUU y a la Unión Soviética al borde de una guerra nuclear, fue debida a un acto de agresión por parte de Cuba y la Unión Soviética, como los americanos vienen aprendiendo desde su primer año de escuela.
Por el contrario, la verdad es que fue el estado de la seguridad nacional y, en particular, su determinación por invadir Cuba lo que precipitó la crisis. He aquí lo que realmente sucedió.
Tras el desastre de Bahía Cochinos, el pentágono y la CIA estaban más decididos que nunca a deshacerse de Fidel Castro y reemplazarlo por un peón sumiso a EEUU. El estado mayor conjunto presentó a Kennedy un plan, unánimemente aprobado, para invadir Cuba. El plan, llamado operación Northwoods, es una de las propuestas más chocantes en la historia del estado de la seguridad nacional.
Operación Northwoods
La operación Northwoods requería que funcionarios de EEUU iniciasen ataques terroristas en suelo americano, a lanchas de exiliados abandonando Cuba y a la base militar de Guantánamo. El plan incluía también el secuestro de aviones. Los terroristas parecerían agentes cubanos, aunque en realidad sería personal de EEUU disfrazado de cubanos.
Según la operación Northwoods se mataría a personas reales, incluyendo americanos. El presidente, que naturalmente estaría implicado, iría a la televisión nacional y, mirando fijamente en la cámara, informaría al pueblo americano de que Cuba había atacado a EEUU. Dicho de otro modo, mentiría a los americanos y a todo el mundo. Después anunciaría que, por razones de seguridad, estaba ordenando la invasión militar de Cuba.
Uno de los aspectos más curiosos de la operación Northwoods era la creencia, dentro del estado mayor conjunto, de que una conspiración tan amplia, que obviamente implicaba a personal militar y de la CIA, podría ser y sería mantenida secreta para el pueblo americano y el resto del mundo – y, además, por muy largo tiempo. Pero así fue. Ninguno de los que conocían el plan, incluyendo a todo el estado mayor conjunto, habló jamás. El gobierno de EEUU consiguió así mantener secreta su propuesta durante más de 30 años, hasta que la JFK Records Act de 1992, decretada a raíz de la película de Oliver Stone JFK, dio lugar a que el plan fuese revelado al público.
Otro aspecto a destacar de la operación Northwoods era la disposición del pentágono a sacrificar las vidas de gente inocente, inclusive ciudadanos americanos, como parte de los falsos ataques terroristas para explicar la invasión de Cuba. La idea, que siempre ha sido el principio rector del estado de la seguridad nacional, sobre todo para la CIA y los militares, era que el fin justifica los medios.
En honor a Kennedy hay que decir que él rechazó la operación Northwoods. Pero esto no disuadió ni al pentágono ni a la CIA de seguir apoyando la invasión de Cuba. Cuando transcendió, las habladurías sobre invadir Cuba incluían también a la Unión Soviética.
Si bien las fuerzas de Castro podrían derrotar a una pequeña partida de exiliados cubanos, como en Bahía Cochinos, aguantar una invasión militar en toda regla de Cuba era otra cosa. Castro sabía que no tenía opción. Si los militares americanos invadían Cuba, sus efectivos serían vencidos fácilmente y él sería depuesto o, más bien, moriría en la operación.
La crisis de los misiles
¿Qué es lo que movió a Castro a aliarse con la Unión Soviética para instalar misiles nucleares en Cuba? No fue con la idea de iniciar una guerra nuclear con EEUU, sino, al contrario, con la de impedir la invasión de Cuba por EEUU, que los militares y la CIA venían discutiendo, planificando y proponiendo desde el desastre de Bahía Cochinos en 1961 hasta la crisis de los misiles de Cuba en 1962.
Al final, la estrategia de Castro tuvo éxito. Si bien parecía que Kennedy había obligado a los soviets a echarse atrás y retirar sus misiles nucleares de Cuba, el precio por hacerlo fue doble: por un lado, Kennedy prometió que EEUU no invadiría Cuba, una promesa que le valió la profunda enemistad del pentágono, de la CIA y de los exiliados cubanos, y, por otro, Kennedy se comprometió a retirar los misiles nucleares apuntando a la Unión Soviética que tenía instalados en Turquía, país fronterizo de la Unión Soviética.
Durante la crisis de los misiles, los militares y la CIA estuvieron instigando a Kennedy a bombardear e invadir Cuba. Según su modo de pensar, la crisis de los misiles cubanos era la prueba decisiva de que el presidente debería haber aceptado su propuesta de invadir Cuba en los meses precedentes a la crisis. Además, los militares y la CIA veían la crisis de los misiles como la excusa perfecta para forzar un cambio de régimen en Cuba. La CIA incluso envió patrullas de sabotaje para preparar la invasión, todo sin conocimiento ni aprobación del presidente. Mientras, los militares elevaron el nivel de alerta nuclear hasta el segundo más alto posible haciéndoselo saber a los sóviets, de nuevo sin consentimiento del presidente.
Afortunadamente, Kennedy y el premier soviético, Nikita Khrushchev, fueron capaces de zafarse de la crisis. Según los datos soviéticos, más tarde documentados, los misiles nucleares estaban ya instalados y operativos con los mandos en Cuba autorizados a disparar en caso de que EEUU invadiese la isla. Si Kennedy hubiese hecho lo que el pentágono y la CIA querían de él – bombardear e invadir Cuba – no hay duda de que el resultado habría sido una guerra nuclear en toda regla.
Así de cerca puso el estado de la seguridad nacional a América y a la Unión Soviética de un holocausto nuclear. En ningún caso la información clasificada que los Myers estuvieron pasando a Cuba durante los últimos 30 años podía haber tenido algo que ver con “defensa”, como insinuó la ministra del exterior Clinton. Tenía que ver con los actos de agresión que el gobierno de EEUU estuvo cometiendo contra un régimen soberano e independiente que no se implicó en ningún momento en actos de agresión contra EEUU.
Esto es lo que los americanos con tanta facilidad olvidan – que en los 50 años de “conflicto” entre Cuba y EEUU siempre ha sido el gobierno americano el agresor y que siempre ha sido Cuba la que tuvo que defenderse de las agresiones del gobierno de EEUU.
Resumamos los hechos más importantes: Cuba no ha atacado nunca a EEUU. Cuba no ha invadido nunca EEUU. Cuba no se ha implicado nunca en ataque terroristas o actos de sabotaje ni en EEUU ni contra instalaciones de EEUU en ultramar, ni siquiera contra la base militar de Guantánamo. Nunca ha intentado asesinar a funcionarios de EEUU o cualquier otra persona en suelo americano, ni en complicidad con la mafia ni con ninguna otra organización. Nunca ha establecido un embargo económico contra EEUU y nunca ha intentado un cambio de régimen en EEUU.
Por el contrario, ha sido el gobierno de EEUU el que ha hecho todas esas cosas a Cuba. Ha invadido la isla. Se ha implicado en ataques terroristas y actos de sabotaje en Cuba. Ha intentado repetidamente asesinar a Fidel Castro y a otros funcionarios cubanos, yendo hasta el extremo de aliarse con la mafia para cometer los asesinatos. Ha mantenido un brutal embargo económico contra Cuba por más de medio siglo y una política constantemente encaminada al cambio de régimen en la isla con la intención de apartar a Castro del poder y sustituirlo por un dictador afín a EEUU.
Hay que constatar también que el congreso nunca ha declarado la guerra a Cuba, lo que constitucionalmente es el requisito previo para que el presidente haga la guerra a otros países.
Lo que la jueza Walton no tuvo en cuenta durante el proceso que condenó a los Myers es que la información clasificada que los Myers proporcionaron a Cuba durante los últimos 30 años no podía tener nada que ver con “defensa nacional”, porque EEUU nunca han tenido que defenderse de agresiones por parte de Cuba. La información que los Myers suministraron a Cuba tenía que referirse, por el contrario, a los actos de agresión del gobierno de EEUU contra Cuba, esto es, los planes relativos a asesinatos, invasiones, terrorismo, sabotaje o embargo.
Cómo deberían pensar en América
Esto es por lo que los Myers dijeron que no habían actuado por rencor a EEUU ni por abrigar ningún sentimiento antiamericano. Su intención era tan sólo facilitar información a Cuba para que ésta pudiese defenderse de la agresión de EEUU. En su opinión, el gobierno de EEUU simplemente debería haber dejado a Cuba en paz.
Pero, ya ven, para la jueza Walton y para los funcionarios en el estado de la seguridad nacional de EEUU se suponía que los ciudadanos americanos nunca pensarían así. Según los principios del estado de la seguridad nacional se contaba con que los americanos nunca harían juicios sobre lo que estaba bien o mal al tratarse de acciones de su gobierno y que se someterían a la autoridad de sus funcionarios, apoyándolos incondicionalmente sin cuestionar ni objetar nada.
Bueno, la tarea del estado de la seguridad nacional es proteger a los americanos. Los funcionarios de EEUU son los guardianes de la seguridad nacional. Son los jueces supremos respecto a lo que significa la “seguridad nacional” y a lo que hay que hacer para defenderla. Si dicen que es necesario invadir un país soberano e independiente, asesinar a sus funcionarios, aliarse con el crimen organizado, implicarse en actos de terrorismo y sabotaje en ese país y dejar exhaustos a sus ciudadanos con un embargo económico, éste es entonces el camino a seguir.
Se espera que todos los americanos estén en el mismo barco, y quien ose cuestionar o rechazar lo que el gobierno está haciendo para proteger su “seguridad nacional” será visto como persona sospechosa o, peor aún, mala y, en último caso, como enemigo del estado o “simpatizante de los terroristas” – una persona que obviamente odia a su gobierno y a su país, sobre todo, porque según los principios del estado de la seguridad nacional gobierno y país constituyen una misma entidad.
El error de los Myers consistió en suministrar la información a Cuba, lo que sin duda suponía una violación de las leyes americanas sobre el espionaje y la traición. Si, en vez de ello, hubiesen remitido la información al New York Times, la situación habría sido totalmente diferente, similar a la de Daniel Ellsberg, el funcionario del pentágono que envió los Pentagon Papers a ese periódico durante la guerra de Vietnam, o a la de Bradley Manning, el soldado americano acusado de haber entregado a WikiLeaks información clasificada que revelaba detalles muy comprometedores relativos a la política exterior de EEUU.
Sí, el gobierno habría acusado y procesado de todas maneras a los Myers, como hizo con Ellsberg y está haciendo con Manning. Además, la jueza Walton les habría reprendido también si hubiesen sido declarados culpables, Pero, al menos, la información habría llegado al pueblo americano, lo que permitiría que más americanos practicasen una cierta independencia de pensamiento y conciencia personal, produciendo a su vez un cambio en la política exterior de EEUU hacia Cuba.
Más ejemplos
Otro ejemplo de este fenómeno es el caso de los cinco cubanos. En él estaban implicados cinco agentes del gobierno cubano que fueron detenidos por funcionarios federales en EEUU, acusados de espionaje, declarados culpables y condenados a largas plenas de prisión por un tribunal federal en Florida. ¿Su delito? Llegaron a EEUU con la misión de investigar maquinaciones terroristas contra Cuba.
Por ese motivo, los cinco agentes cubanos fueron considerados malas personas por los funcionarios de EEUU -¡criminales! Imagínese la audacia de estos cinco hombres al intentar proteger a su país del terrorismo. ¿No saben ya que no se espera que Cuba se defienda contra tales cosas?
Recordemos el vuelo de Cubana 455, que despegó de Venezuela el 6 de octubre de 1976 de regreso a Cuba. El avión fue abatido por una bomba terrorista en su interior. Murieron las 78 personas que iban a bordo, incluidos los 24 miembros del equipo de esgrima cubano de 1975 ganador de medallas de oro en competiciones latinoamericanas.
El principal sospechoso de poner la bomba era un hombre llamado Luis Posada Carriles, un agente de la CIA. ¿Actuaba Posada por encargo de la CIA cuando supuestamente orquestó el ataque? Imposible saberlo. Sabemos que él y la CIA alegaron que entonces ya no trabajaba para la CIA. Pero el problema es que ambas partes dirían siempre eso, así que no hay posibilidad de saber la verdad con seguridad. Sí sabemos que el gobierno de EEUU ha proporcionado cobijo en todo momento a Posada, rechazando la petición de extradición de Venezuela, pese a existir un tratado de extradición entre ambos países. Sabemos también que el congreso se ha negado siempre a investigar formalmente si la CIA estaba detrás del ataque.
Supongamos que la CIA estaba detrás del ataque terrorista al vuelo 455 de Cubana y que los Myers hubiesen descubierto el complot cuando se estaba fraguando. De pasar esa información a Cuba, no hay duda de que habrían sido tratados de la misma manera que lo fueron por facilitar la información de “defensa nacional” que realmente pasaron a Cuba. Según el estado de la seguridad nacional de EEUU, cualquier ciudadano, dentro o fuera del gobierno, que revele información de ese tipo a un país que está en el punto de mira de la CIA es alguien obviamente que odia al gobierno de EEUU y un antiamericano.
¿Cuál ha sido la justificación para las acciones del gobierno americano hacia Cuba? La respuesta es doble: la negativa de Fidel Castro a someterse al control del gobierno americano y el hecho también de que Castro era un comunista que convirtió a Cuba en un estado comunista.
Estos dos conceptos –el imperialismo de EEUU y el exagerado e irracional miedo del estado de la seguridad nacional al comunismo – fueron los principios impulsores de la política exterior americana hacia Cuba y el resto del mundo durante la mayor parte del siglo XX y XXI. Causado también un inmenso daño a nuestra nación, a nuestros valores, a nuestro bienestar económico y a nuestra libertad.
El Mal del Estado de la Seguridad Nacional, Parte 4
Un día después de que las fuerzas japonesas atacasen Pearl Harbor en diciembre de 1941, éstas invadieron Filipinas, donde mataron o capturaron decenas de miles de soldados americanos. Obviamente surge la pregunta: ¿Qué demonios estaba haciendo ese enorme contingente de soldados americanos en un país a miles de millas de las costas de EEUU?
La respuesta está en el giro hacia el imperio que inició EEUU durante la guerra con España en 1898. Cuando Cuba y Filipinas se rebelaron contra el dominio del imperio español, EEUU intervino en el conflicto prometiendo entonces ayudar a los revolucionarios a conseguir la independencia.
La intervención americana tuvo éxito, y el imperio español perdió la guerra. Sin embargo, Cuba y Filipinas no lograron asegurar su independencia. ¿La razón? El gobierno de EEUU insistió en reemplazar el dominio del imperio español por el de lo que llegaría a ser el imperio americano.
El resultado fue otra brutal guerra de independencia en Filipinas, en la que las fuerzas de EEUU mataron, mutilaron o torturaron a cientos de miles de filipinos en su exitoso empeño de sofocar la rebelión.
Así es que los soldados americanos que mataron o capturaron los japoneses se hallaban en territorio de EEUU, conquistado casi 50 años antes como consecuencia del giro emprendido por EEUU al pasar de república constitucional a imperio mundial.
El gobierno Americano trató también a Cuba como su propia colonia, igual que había hecho el imperio español, dominando efectivamente el país durante decenios mediante sucesivos dictadores, brutales y corruptos, que hacían lo que mandase el imperio americano.
La guerra con España supuso por ello un nuevo rumbo que conduciría finalmente a un imperio con cientos de bases militares por todo el mundo, a lo largo de una interminable serie de invasiones, ocupaciones, golpes, asesinatos, sanciones, embargos y operaciones de cambio de régimen, todo con la intención de ampliar el radio de acción del imperio americano.
El corrupto dictador que mandaba en Cuba antes de la revolución de Fidel Castro, Fulgencio Batista, era uno de los gobernantes aprobados por el imperio americano, el cual trató brutalmente y expolió al pueblo cubano haciendo cuanto el imperio americano le pedía. Cuando los cubanos se rebelaron contra Batista y lo reemplazaron por Castro, los funcionarios americanos confiaban al principio en que Castro seguiría la tradición y pondría a Cuba y a sí mismo bajo el control de EEUU. Pero la esperanza se esfumó tan pronto como Castro manifestó al imperio americano y a los cubanos que Cuba era un país soberano e independiente por primera vez en su historia.
No sorprenderá que la posición de Castro no sentase bien a los funcionarios americanos. El imperio lo eligió enseguida para una operación de cambio de régimen, que consistiría finalmente en un embargo económico, una invasión, varios intentos de asesinato, terrorismo, sabotaje y casi una guerra nuclear.
Pero había otro factor críticamente importante que garantizaba que Castro se convertiría en el objetivo del imperio americano. Tras hacerse con el poder, reveló que era comunista y rápidamente empezó a hacer del sistema económico cubano uno comunista.
Estos dos factores – el imperialismo americano y el anticomunismo americano – fueron las fuerzas impulsoras gemelas del gobierno de EEUU en la segunda mitad del siglo XX. Más que ninguna otra cosa, estas dos fuerzas corrompieron, distorsionaron y pervirtieron los principios y valores del pueblo americano.
Desde primaria se enseña a los americanos que “nosotros” ganamos la segunda guerra mundial. En realidad, la veracidad de esta afirmación depende de cómo se defina el pronombre. Si “nosotros” incluye a la Unión Soviética, es verdad que “nosotros” ganamos la segunda guerra mundial. Pero si “nosotros” significa EEUU, Gran Bretaña, Francia y otros aliados no soviéticos, entonces no ganamos “nosotros” la guerra, sino la Unión Soviética.
Pero recordemos la ostensible razón por la que Gran Bretaña declaró la guerra a la Alemania nazi. Fue para librar a Polonia de esa tiranía. ¿Cuál era la situación al final de la guerra? Sí, el pueblo polaco quedó, en efecto, libre de la tiranía nazi, pero sufrió los 50 años siguientes la tiranía comunista de la URSS. Desde el punto de vista de los polacos y de los otros pueblos de Europa del este dentro del bloque soviético no fue una victoria.
Pero tampoco fue una victoria para el pueblo americano, porque casi inmediatamente los funcionarios de EEUU convirtieron a la Unión Soviética, el socio y aliado en la segunda guerra mundial (y enemigo de Hitler), en un gigantesco nuevo enemigo de EEUU, lo que supondría medio siglo de crisis, caos, conflictos y hostilidad durante la guerra fría y muerte y destrucción masivas en aquellas guerras calientes como la de Corea y Vietnam.
Importante también es que el nuevo enemigo serviría de justificación para mantener y aumentar un enorme complejo militar-industrial y crear un obsesivo estado de la seguridad nacional. Las políticas y prácticas de ambas partes terminarían por parecerse en extremo a las de los totalitarismos a los que EEUU se opuso durante la segunda guerra mundial y siguió haciéndolo en la guerra fría.
El delirio anticomunista
Resulta imposible exagerar la importancia del delirio anticomunista que caracterizó la guerra fría. Para los que nacieron después de esa época, la mejor manera de describirlo es decir que el miedo al comunismo era mil veces mayor que el miedo al terrorismo hoy en día. Lo que era diferente, sin embargo, era que, mientras el terrorismo se refiere a un acto físico de fuerza, el comunismo suponía mucho más. Representaba una idea que dejó honda huella de por vida en los funcionarios de EEUU y en una gran parte de su población.
El delirio anticomunista presentaba diversos aspectos.
Un aspecto era la noción de que la Unión Soviética quería iniciar una guerra contra EEUU en la que América sería conquistada por los comunistas. Según este escenario, el pueblo americano terminaría viviendo una vida muy parecida a la de los pueblos de Europa oriental – bajo la bota de hierro de la Unión Soviética.
Un segundo aspecto era la noción de que el comunismo se propagaría, más allá de Cuba, a otras naciones latinoamericanas, permitiéndole movilizar fuerzas militares que invadirían Florida y Tejas, llegando a ocupar la costa este, derrotar finalmente a las fuerzas americanas y tomar Washington. Según este escenario, los comunistas latinoamericanos servirían como agentes de la Unión Soviética, cumpliendo sus órdenes hasta conquistar EEUU.
Un tercer aspecto era que el comunismo se haría con el control de los países de Europa y Asia, que irían cayendo por el “efecto dominó” hasta que la última ficha – EEUU – fuese derribada.
Un cuarto aspecto era la infiltración comunista en el gobierno federal y en las escuelas públicas, donde políticos, burócratas y profesores estarían sirviendo eficazmente de topos de la Unión Soviética, que estarían indoctrinando al pueblo americano con ideas comunistas y, aún peor, haciéndose con el control de las riendas del poder y entregando América a los comunistas.
Un quinto aspecto, quizá el más temible para los funcionarios americanos, era que el comunismo actuaría como un canto de sirenas enajenando las mentes del pueblo americano y seduciéndolo hasta querer y desear la forma de vida comunista, en la que la gente renunciaría ansiosa y entusiásticamente a su libertad a cambio de ser atendida desde la cuna a la huesa por el estado. Según este escenario, los comunistas empezarían por ganar elecciones a lo largo y ancho del país e infiltrarse gradualmente en las burocracias federales, permitiéndoles llevar el comunismo a América de manera puramente democrática.
Estos cinco aspectos de la mentalidad anticomunista se combinaron para crear un clima de constante preparación para la guerra y un largo, oscuro y profundo miedo que impregnó América y su psique. Fue una era tan horrible que los americanos aprendieron a plegarse a la autoridad y a confiar en los funcionarios del gobierno, depositando una fe ciega en ellos para proteger la “seguridad nacional” y defenderlos del comunismo.
¿Qué es lo que tanto asustaba a la gente? El comunismo es una doctrina económica en la que el estado es propietario de todos los medios de producción. En sentido estricto significa que el estado es propietario de todo lo que hay en la sociedad. Al ser el estado el único empleador, todos trabajan para el estado. Éste garantiza que cada cual tendrá vivienda, alimentos, empleo, atención médica, educación y demás cosas importantes. No más preocupaciones por perder la casa, morirse de hambre, ser despedido o no poder pagar los gastos de la sanidad o de la educación. Las necesidades de cada uno son atendidas desde el día en que nace hasta el día en que muere.
El auge del socialismo
¿Cuál es la alternativa al comunismo o, por emplear un término similar, al socialismo?
La alternativa es una de vida basada en la propiedad privada y la libertad de mercado, en la que los medios de producción y la mayoría de las cosas son de propiedad privada. La gente es libre de establecer una empresa sin regulación del gobierno, de realizar libremente transacciones económicas con otros en beneficio mutuo, de acumular riqueza sin limitación y de decidir lo que hace con ella. En un sistema basado en la propiedad privada y en la libertad económica, que algunos suelen etiquetar como “capitalismo”, el papel del gobierno se limita a proteger a la gente de la violencia o el fraude de otros, a defender la nación si es atacada y a ofrecer un sistema legal que resuelva pacíficamente las disputas.
No obstante la esclavitud y otras excepciones, EEUU se fundó sobre los principios de propiedad privada y libertad de mercado. Pese a algunas excepciones, era lo que se dice un país “capitalista”. Es más, el sistema económico de libre empresa de EEUU fue una de las principales cosas que lo distinguió siempre de los demás países a lo largo de la historia.
A finales de 1800 y principios de 1900, sin embargo, el comunismo fue haciéndose cada vez más popular. Un año antes de terminar la primera guerra mundial, la revolución rusa alumbró un régimen comunista que ostentó el poder en Rusia. Además, las ideas socialistas iban calando por toda Europa y Asia. Al estallar la segunda guerra mundial EEUU mismo había adoptado ya una variante del socialismo, basada en el estado benefactor, en la que el gobierno federal atendería a las personas mediante programas de cierta importancia, como el sistema de la Seguridad Social.
Además, los partidos comunistas estaban desempeñando un activo papel en el proceso político, incluido el proceso político de EEUU.
Todo eso era demasiado para los funcionarios de EEUU, convencidos de que, a menos que América asumiese un papel decisivo combatiendo al comunismo en todo el mundo, ésta terminaría siendo un país comunista
Así que, al final de la segunda guerra mundial, el pentágono y un gigantesco establishment militar propio de tiempos de guerra pasaron a formar parte integrante de la vida americana. Dos años después, en 1947, Harry Truman firmó la National Security Act, que fue el nacimiento de la CIA. Entre el establishment militar permanente y la CIA formarían las unidades básicas del estado de la seguridad nacional de EEUU, que llegaría a ser con el tiempo un verdadero cuarto poder del país, con increíbles atribuciones para invasiones, asesinatos, torturas, fomentar golpes y operaciones de cambio de régimen. Y los poderes legislativo y judicial, e incluso el ejecutivo, no quisieron o no pudieron tocarlo en virtud del primordial principio de la “seguridad nacional”.
¿Qué debería haber hecho EEUU al terminar la segunda guerra mundial? Debería haber vuelto a casa y desmantelar la maquinaria bélica. La guerra era cosa pasada. La Alemania nazi y Japón habían sido derrotados. Es verdad que Europa del este estaba bajo la bota de hierro de la Unión Soviética; pero los funcionarios americanos eran en gran parte responsables de ello, tanto por aliarse con los comunistas soviéticos durante la guerra y renunciar al control de esos países en favor de los rusos, como por exigir la “rendición incondicional” y no negociar con los alemanes una paz separada, que habría mantenido a Europa del este libre del control soviético.
Por el contrario, el gobierno de EEUU optó por mantener un altísimo contingente militar en Alemania para proteger a Europa del oeste del ataque de su socio y aliado en la segunda guerra mundial, la URSS. Esto es lo que la NATO fue en esencia. Peor aún, el gobierno de EEUU prometió defender a todas las naciones del mundo de un ataque comunista, una obligación continua que haría de América un estado de corte totalmente militarista.
¿Guerra con la URSS?
¿Que probabilidad había de que la Unión Soviética iniciase una nueva contienda contra sus antiguos aliados de la segunda guerra mundial? Prácticamente cero. Pues los sóviets habían tenido más de 20 millones de bajas en la guerra. Todo el país, incluida su economía, estaba devastado. Además, el gobierno de EEUU había dado a los sóviets una prueba contundente de su poder militar con el bombardeo nuclear de Hiroshima y Nagasaki.
¿Cómo se explica la continuada ocupación de Europa del este por los sóviets? La razón no difería en principio de la del gobierno de EEUU, fieramente contrario a que hubiese regímenes comunistas en Latinoamérica. Tras dos guerras mundiales, los sóviets querían unos gobiernos marionetas en Europa del este a modo de tapón contra futuras invasiones alemanas. El motivo no era más justificable que el de EEUU para instalar en Latinoamérica regímenes marionetas, pero eso no significaba que la Unión Soviética estuviese preparando una campaña militar de alcance mundial.
El miedo del estado de la seguridad nacional al comunismo en Latinoamérica era muy profundo. Recordemos el caso de Guatemala. Cuando el socialista Jacobo Arbenz fue democráticamente elegido presidente del país en 1950, el pentágono y la CIA se subían por las paredes, convencidos de que, con la elección de Arbenz, los comunistas tenían una cabeza de playa en el hemisferio occidental. Parece que los militares y la CIA crían que las fuerzas guatemaltecas atravesarían México, y el Río Grande, tomarían Houston y Dallas, avanzarían hacia el noreste conquistando Georgia y todo el sur, irían a Washington, D.C., y entregarían las llaves de la capital a la Unión Soviética. Oh, si se esperaban hasta 1959, el ejército comunista de Castro invadiría Florida e iría al norte conquistándolo todo a su paso antes de reunirse con el ejército de Arbenz a las afueras de Washington, D.C., para recibir juntos la rendición de los funcionarios de EEUU en Washington.
Obviamente, ésta es una idea ridícula y vana. Pero la imaginación de los funcionarios del estado de la seguridad nacional de EEUU era incapaz de superar su obsesión comunista. Al enterarse los funcionarios del pentágono y de la CIA de que Arbenz había comprado un cargamento de armas de Checoslovaquia, que estaba bajo control soviético, esa transacción era la confirmación positiva de que los comunistas planeaban tomar militarmente EEUU. No importaba que los checos hubiesen estafado a los guatemaltecos vendiéndoles un montón de chatarra militar. ¡Una amenaza comunista mundial, gigante y monolítica!
La mentalidad de la seguridad nacional era la misma respecto al sudeste asiático. Los comunistas se apoderarían de Vietnam, provocando un efecto dominó en el sudeste asiático, que caería primero, tomando finalmente los comunistas EEUU.
Esa mentalidad se volvió tan ridícula y absurda como el citado ejemplo de Latinoamérica. La prueba más evidente, sin duda, es lo que ocurrió al final de la guerra de Vietnam. El efecto dominó no funcionó, y los comunistas vietnamitas no invadieron y conquistaron EEUU. En realidad, poco después de la reunificación del país, los comunistas vietnamitas se enzarzaron en una guerra con los comunistas chinos. Hoy en día, Vietnam mantiene unas pacíficas relaciones con EEUU.
Pero volvamos a Latinoamérica un momento. En la actualidad Cuba, Venezuela Bolivia y Nicaragua tienen regímenes socialistas o comunistas. ¿Y qué? ¿Qué americano se siente amenazado por ello? ¿Hay alguien preocupado porque los ejércitos comunistas crucen la frontera sur de EEUU e invadan Florida?
Como digo, el miedo al comunismo y a los comunistas era vano, hinchado, exagerado e irracional.
¿Qué hay del partido comunista y de los comunistas americanos – esto es, las personas que en EEUU pretendían convertir el sistema en un sistema económico comunista?
Obviamente, ésta es una idea ridícula y vana. Pero la imaginación de los funcionarios del estado de la seguridad nacional de EEUU era incapaz de superar su obsesión comunista. Al enterarse los funcionarios del pentágono y de la CIA de que Arbenz había comprado un cargamento de armas de Checoslovaquia, que estaba bajo control soviético, esa transacción era la confirmación positiva de que los comunistas planeaban tomar militarmente EEUU. No importaba que los checos hubiesen estafado a los guatemaltecos vendiéndoles un montón de chatarra militar. ¡Una amenaza comunista mundial, gigante y monolítica!
La mentalidad de la seguridad nacional era la misma respecto al sudeste asiático. Los comunistas se apoderarían de Vietnam, provocando un efecto dominó en el sudeste asiático, que caería primero, tomando finalmente los comunistas EEUU.
Esa mentalidad se volvió tan ridícula y absurda como el citado ejemplo de Latinoamérica. La prueba más evidente, sin duda, es lo que ocurrió al final de la guerra de Vietnam. El efecto dominó no funcionó, y los comunistas vietnamitas no invadieron y conquistaron EEUU. En realidad, poco después de la reunificación del país, los comunistas vietnamitas se enzarzaron en una guerra con los comunistas chinos. Hoy en día, Vietnam mantiene unas pacíficas relaciones con EEUU.
Pero volvamos a Latinoamérica un momento. En la actualidad Cuba, Venezuela Bolivia y Nicaragua tienen regímenes socialistas o comunistas. ¿Y qué? ¿Qué americano se siente amenazado por ello? ¿Hay alguien preocupado porque los ejércitos comunistas crucen la frontera sur de EEUU e invadan Florida?
Como digo, el miedo al comunismo y a los comunistas era vano, hinchado, exagerado e irracional.
¿Qué hay del partido comunista y de los comunistas americanos – esto es, las personas que en EEUU pretendían convertir el sistema en un sistema económico comunista?
En una sociedad genuinamente libre, la gente es libre de exponer las ideas que quiera por más despreciables o impopulares que sean. El partido comunista americano debería haber sido libre para participar en el proceso político defendiendo sus principios, haciendo cuanto quisiera para persuadir pacíficamente a la gente a adoptar el comunismo y el socialismo. El gobierno debía proteger el ejercicio de sus derechos y de su libertad. Pues la mejor manera de combatir una mala idea, como el comunismo o el socialismo, es presentar otra mejor, como el libertarismo, el sistema basado en el libre mercado y la propiedad privada.
Desgraciadamente, el pentágono, la CIA y el FBI, otra parte importante del estado de la seguridad nacional de EEUU, no veían así las cosas. A sus ojos, los partidarios de comunismo era gente mala, y, aún peor, una grave amenaza para la “seguridad nacional” de EEUU.
Pero, a fin de proteger la seguridad nacional del comunismo, el estado de la seguridad nacional de EEUU adoptó políticas y prácticas propias del mismo régimen que había derrotado en la segunda guerra mundial – el nazi – y del régimen con el que había estado asociado durante dicha guerra y con el que luego libró la guerra fría – el soviético. Ni que decir tiene que los funcionarios americanos justificaron esos medios perversos e inmorales adoptados para combatir el comunismo con el manto protector de la “seguridad nacional”.
El Mal del Estado de la Seguridad Nacional, Parte 5
Los americanos deberían haber sospechado que algo iba mal cuando, terminada la segunda guerra mundial, los funcionarios de EEUU empezaron a alistar a antiguos nazis en los servicios del gobierno. Si se piensa en la enorme mortandad y destrucción de la segunda guerra mundial y en el holocausto, la Alemania nazi era sin duda uno de los peores regímenes de la historia. Y la principal razón para entrar América en la segunda guerra mundial – eliminar ese régimen perverso.
Incluso aquí reclutaban y empleaban los funcionarios de EEUU a nazis. ¿La razón? ¡Había empezado la guerra fría! Los aliados habían vencido a la Alemania nazi, pero en seguida tuvieron un nuevo enemigo oficial – la Unión Soviética, su aliado y socio durante la guerra.
La captación de funcionarios nazis señalizó lo que sería el leit-motiv del estado de la seguridad nacional de EEUU. El fin justificaba los medios. Cuanto hubiera que hacer para derrotar al comunismo – en primer lugar la Unión Soviética, pero también la China roja y Corea del Norte – se consideraba moralmente justificado. Una razón que llevaría finalmente a adoptar políticas que eran, irónicamente, las características de los regímenes totalitarios como la Alemania nazi y la Unión Soviética.
Pensemos, por ejemplo, en los experimentos con drogas altamente secretos de la CIA, un programa conocido como MKULTRA, en el que la CIA administraba a americanos libres de toda sospecha LSD y otros psicofármacos. Lo hizo con personas en hospitales, en cárceles y con otras más, con el conocimiento y colaboración de funcionarios de esos centros. Siempre bajo la promesa de guardar secreto, pero sin el consentimiento de muchas de las personas a las que trataban con drogas.
¿Cuál era la justificación para esos experimentos que se parecían bastante a las investigaciones médicas realizadas por los nazis? La seguridad nacional, naturalmente. Los funcionarios del pentágono y de la CIA se habían enterado de que la Unión Soviética estaba experimentando con LSD en personas. Por eso los funcionarios de EEUU pensaron que, para estar al mismo nivel que los comunistas y poderlos vencer, había que hacer lo mismo. En la guerra a veces es inevitable sacrificar vidas. El fin justifica los medios.
Es imposible saber cuántas mentes humanas resultaron dañadas o destruidas o cuántas personas llegaron a morir. Cuando la información sobre el programa salió al público, la CIA destruyó la mayor parte de los archivos del MKULTRA, sin duda por razones de la seguridad nacional. Pues si el público y el mundo llegasen a conocer los detalles, incluyendo la identidad de las víctimas, la CIA podría verse afectada, lo que según los funcionarios de la seguridad nacional amenazaba lógicamente la seguridad nacional.
Quizá el mejor informe sobre el MKULTRA está en el libro de H.P. Albarelli Jr. (2011). A Terrible Mistake: The Murder of Frank Olson and the CIA’s Secret Cold War Experiments. Este brillante y absorbente libro narra la vida y muerte del agente de la CIA Frank Olson.
Durante años la versión oficial de la CIA era que Olson se había suicidado al sufrir una crisis de depresión. Todo era mentira. Muchos años después de su muerte se supo que la CIA lo había sometido a un experimento con LSD, sin decirle ni preguntarle nada.
Una vez conocida la verdad, la CIA cambió la historia oficial. En la nueva versión se admitía que, en efecto, se había drogado a Olson sin su conocimiento ni consentimiento. Dijeron que Olson estaba sufriendo alucinaciones y depresiones a consecuencia del experimento con LSD, lo que supuestamente le condujo a saltar desde una ventana de un piso alto de un hotel de Nueva York. Según la nueva historia oficial, la CIA lamentaba profundamente lo que había hecho y se disculpó efusivamente ante la viuda de Olson.
¿Por qué iba a someter la CIA a uno de sus propios agentes a un experimento con LSD? Por la seguridad nacional, naturalmente. La CIA quería conocer cómo reaccionaba una persona que tomaba LSD sin saberlo previamente, una información que permitiría a EEUU derrotar a la Unión Soviética en la guerra fría.
Surge la lógica pregunta: ¿Por qué sentiría la CIA la necesidad de hacer eso con uno de sus agentes, precisamente cuando ya lo estaba haciendo con pacientes y presos en hospitales y cárceles?
En su libro, rigurosamente documentado y basado en fuentes confidenciales internas de la CIA, Albarelli aporta un caso convincente, demostrando que la nueva versión oficial también era mentira y que la rectificación sólo pretendía tapar el asesinato de Frank Olson.
¿Por qué asesinaría la CIA a uno de sus mismos agentes? Por la seguridad nacional, naturalmente. La investigación de Albarelli revela que los americanos no fueron los únicos en ser sometidos a experimentos con LSD. Él apunta a un lugar en Francia, Pont-St-Esprit, elegido por la CIA en 1951 para experimentar con LSD. El resultado fue la muerte de cinco personas y la necesidad de que 300 afectados recibiesen atención médica o fuesen ingresados en centros hospitalarios.
Según Albarelli, Olson había participado en el horroroso experimento con LSD quedando profundamente afectado. Finalmente, en una crisis de consciencia, reveló la operación, de alto secreto, a una persona no autorizada.
En otras palabras, Olson sabía y hablaba demasiado, convirtiéndose en una amenaza para la seguridad nacional. Si la gente se llegase a enterar del experimento de la CIA en todo un pueblo francés, eso perjudicaría a la CIA y, a su vez, amenazaría la seguridad nacional. No tenían opción. En aras de la seguridad nacional había que eliminar a Olson. Las fuentes de Albarelli revelaron que Olson no saltó por la ventana, sino que lo arrojaron por ella dos hombres que trabajaban para la CIA.
Guerra no declarada
Hubo varias operaciones de cambio de régimen en diferentes partes del mundo, en las que los agentes del estado de la seguridad nacional realizaron lo que sólo cabe describir como ataques no declarados a regímenes extranjeros con el objetivo de apartar del poder a sus gobernantes y reemplazarlos por otros afines a EEUU – siempre según el lema de que la seguridad nacional así lo requería.
En 1953 la CIA fraguó un golpe en Irán con el que logró deshacerse del primer ministro, democráticamente elegido, Mohammad Mossadegh, reemplazándolo por el brutal régimen dictatorial del shah del Irán. Huelga decir que la CIA justificó el golpe con la excusa de la seguridad nacional, diciendo que Mossadegh se estaba inclinando hacia el comunismo y la Unión Soviética. No importa que funcionarios británicos hubiesen pedido a la CIA la salida de Mossadegh por nacionalizar los intereses petroleros británicos.
Un año después, en 1954, la CIA echó al presidente de Guatemala, democráticamente elegido, Jacobo Arbenz, instalando en su lugar una brutal dictadura militar no elegida. ¿La justificación? Pues la seguridad nacional. Los funcionarios del estado de la seguridad nacional de EEUU afirmaron que Arbenz era comunista como reflejaban sus medidas económicas socialistas y sus simpatías con los comunistas guatemaltecos, de los que algunos ocupaban puestos en su administración.
No importa que altos funcionarios de la CIA y miembros del congreso fuesen accionistas de la United Fruit Company, parte de cuyas tierras eran incautadas y redistribuidas a los pobres. Los funcionarios de EEUU estaban convencidos de que la seguridad nacional de América quedaría seriamente amenazada de existir un régimen comunista en el hemisferio occidental. Al saberse que Arbenz estaba comprando armas del estado satélite soviético Checoslovaquia, su suerte estaba echada.
Es interesante que los defensores del estado de la seguridad nacional justifiquen el golpe de la CIA en Guatemala pretendiendo no sólo que protegía la seguridad nacional, sino que además salvaba a Guatemala de la tiranía y destrucción a manos de un régimen comunista. Su argumento es que las leyes y la constitución de un país no son un pacto suicida. Además, los votantes cometen errores y, si son necesarios medios ilegales para salvar al país de tales errores, entonces es justo y adecuado usar dichos medios. El fin justifica los medios.
Arbenz tuvo suerte. Al huir del país al iniciarse el golpe, salvó su vida. Luego se supo que en los planes contingentes de la CIA figuraba su asesinato y el de otros funcionarios guatemaltecos.
Hubo incontables operaciones de cambio de régimen contra Cuba, un país que nunca atacó a EEUU, incluyendo la invasión de Bahía Cochinos, ataques terroristas en suelo cubano, el embargo americano contra Cuba y, naturalmente, muchos intentos de asesinar a Fidel Castro así como a otros funcionarios cubanos.
En verdad, hay múltiples razones para creer que la CIA estaba detrás de la ejecución extrajudicial del Che Guevara en 1967, uno de los compañeros revolucionarios comunistas de Castro. Tras ser detenido por los militares bolivianos, éstos lo ejecutaron siguiendo órdenes superiores. Su muerte fue una grave violación de las leyes internacionales. Si bien la CIA siempre negó cualquier participación en esa ejecución ilegal, lo cierto es que un agente de la CIA estuvo presente durante la misma.
Dada la servil actitud de casi todos los regímenes latinoamericanos hacia los militares de EEUU, que tantos años financió y adiestró sus tropas, las probabilidades de que los militares bolivianos ejecutasen a Guevara contra la decidida oposición de la CIA eran nulas. Además, Guevara figuraba en la lista de gente a asesinar por la CIA, por lo que no cabía esperar que ésta se opusiese a su ejecución. Al poco de sucedida ésta, la CIA detalló las ventajas de la muerte de Guevara.
La CIA participó en otra ejecución extrajudicial, esta vez en Vietnam del Sur, algunos años antes que la del Che Guevara. Varias semanas antes del asesinato de Kennedy, un golpe militar urdido por la CIA logró derrocar al presidente de Vietnam del Sur, Ngo Dinh Diem. Poco después, Diem fue detenido, y las fuerzas sudvietnamitas lo ejecutaron. Aunque la CIA negó su implicación en el asesinato, hay pocas dudas de que los militares sudvietnamitas nunca lo habrían hecho en el caso de que la CIA se hubiese opuesto firmemente a ello.
No es sorprendente que la operación de cambio de régimen auspiciada por la CIA en Vietnam del Sur se justificase aduciendo la seguridad nacional. El régimen autoritario de Diem – apoyado largo tiempo por el gobierno de EEUU – era tan brutal y corrupto que hizo crecer las probabilidades de que Vietnam del Sur fuese tomado por los comunistas. Si éstos se adueñasen de Vietnam del Sur, se produciría probablemente un efecto “dominó” que finalmente supondría la toma de EEUU por los comunistas. Por eso, la idea era que la seguridad nacional requería la eliminación de Diem.
Apoyo a las dictaduras
El apoyo a las brutales dictaduras de Latinoamérica, en general militares, fue otra práctica del estado de la seguridad nacional. Y esas dictaduras pro americanas solían ser más brutales aún que las comunistas.
Al igual que el régimen pro EEUU del shah del Irán, las dictaduras en Latinoamérica, especialmente las militares, se ensañaron con su propio pueblo – torturando, haciendo “desaparecer” y matando por miembros de las fuerzas armadas y la inteligencia entrenados por EEUU. Cada vez que los ciudadanos que sufrían esas brutales dictaduras se resistían a la tiranía propiciada por EEUU que tenían que soportar, se les acusaba de comunistas y terroristas, que había que capturar, torturar, ejecutar o suprimir de cualquier otra manera. La seguridad nacional así lo requería.
A los funcionarios de EEUU no les importaba lo que sus regímenes marionetas hiciesen con la gente en sus propios países. La seguridad nacional requiere orden y estabilidad, por eso el estado de la seguridad nacional ha preferido siempre las dictaduras militares afines a EEUU.
Cuando ciudadanos americanos eran víctimas de tortura en Latinoamérica a manos de matones militares o de la inteligencia, los funcionarios americanos mostraban una notable falta de interés. Sirva de ejemplo la tortura y violación de una monja americana, la hermana Dianna Ortiz, quien manifestó que durante su tormento estaba presente un hombre que hablaba español con acento americano. Sobra decir que ni el congreso ni el ministerio de justicia remitieron a la CIA un requerimiento pidiendo una relación de todos los agentes que operaban en Guatemala cuando la hermana Dianna fue torturada y violada. Claro está que, revelando la identidad de tales agentes, se vería amenazada la seguridad nacional. A la hermana Dianna sólo le quedaba superar su desgraciada experiencia sin esperar justicia por parte del gobierno americano.
Un caso similar es el de una mujer americana llamada Jennifer Harbury, que se casó con un insurgente guatemalteco, Efraín Bamaca Velázquez, quien luchaba contra la tiranía de la dictadura militar apoyada por EEUU en Guatemala. Bamaca fue capturado por las fuerzas guatemaltecas y luego ”desapareció”. Harbury intentó localizarlo y salvar su vida mediante una serie de huelgas de hambre y de acciones legales.
A todo esto la CIA afirmaba no tener información del paradero de Bamaca. Resultó ser una mentira. Un funcionario del ministerio del exterior dio el soplo y reveló no sólo que la CIA sabía dónde estaba Bamaca, sino que además tenía una estrecha relación de trabajo con sus torturadores y ejecutores. Cuando a Harbury le llegó esta información, los captores de Bamaca ya lo habían ejecutado, otra grave violación del derecho internacional. La CIA se vengó del soplón asegurando que éste había perdido su acreditación, no pudiendo así ocupar un puesto en el ministerio del exterior.
Y en casa…
En EEUU mismo, la preocupación por el comunismo y los comunistas movió al estado de la seguridad nacional a emprender acciones extraordinarias contra el pueblo americano, acciones constitutivas de grave violación de los principios de la libertad.
En primer lugar, se investigó y acusó a ciudadanos americanos sospechosos de tener lazos con el comunismo y el partido comunista. Su reputación y su trayectoria profesional quedaron arruinadas al suponerse que quien cree en el comunismo o ha creído en él durante una parte de su vida era sin duda una amenaza para la seguridad nacional.
Bien pocos tuvieron el coraje de hacer constar que una sociedad libre protege el derecho de las personas a creer lo que quieran, asociarse con quien quieran y promover lo que quieran, sin importar lo despreciables que tales creencias y asociaciones puedan parecer a otros. Ahora bien, el defender el derecho de la gente a ser comunista puede acarrear al defensor la acusación de ser comunista.
Tanto el FBI como la CIA espiaron ilegalmente a ciudadanos americanos controlando al detalle sus actividades mediante toda clase de escuchas. Se abrieron archivos secretos sobre personas, que, a veces, sólo detallaban su vida sexual u otras cuestiones personales para extorsionarlas, comprometerlas o destruirlas.
Naturalmente, eran cosas que hacía la Gestapo y que estaba haciendo la KGB. En opinión del funcionario medio del estado de la seguridad nacional, sin embargo, tales prácticas sólo eran malas cuando las realizaban los nazis o los comunistas. No cuando eran los funcionarios de EEUU, encargados de la difícil y peligrosa tarea de proteger la seguridad nacional de gente como los nazis y los comunistas. El fin justificaba los medios.
Pero el temor al comunismo empezó antes de la llegada formal del estado de la seguridad nacional. Como más tarde supieron los americanos, el gobierno federal tenía archivos secretos de ciudadanos sospechosos de ser comunistas, con datos desde la primera guerra mundial, cuando sus funcionarios registraban, encarcelaban y acusaban a las organizaciones comunistas-socialistas, deportando a los residentes extranjeros con ideas comunistas.
Entre las más famosas de las víctimas de ese tiempo estaba una inmigrante rusa llamada Emma Goldman, que fue detenida y deportada por propugnar la anarquía y el comunismo. Describió así sus pensamientos cuando salía involuntariamente del puerto de Nueva York: “Era mi ciudad amada, la metrópoli del nuevo mundo. Era América, en verdad, América repitiendo las terribles escenas de la Rusia zarista. Alcé la vista – ¡La estatua de la libertad!”
Entre las tácticas favoritas del estado de la seguridad nacional durante la guerra fría estaba el colocar “topos” en las organizaciones comunistas para hacerse con sus listas de afiliados, espiarlos y buscar pruebas de su subversión y traición. Si alguien era sorprendido haciendo algo ilegal, a veces se le prometía un trato indulgente si consentía en espiar para el estado de la seguridad nacional. Difícilmente notaba alguien la naturaleza totalitaria de esas medidas extraordinarias de “seguridad nacional”. Eso no importaba. Lo que importaba era derrotar al comunismo. Cuanto fuese necesario para lograr la victoria estaba justificado. El fin justificaba los medios. Si EEUU lo hacía, tenía que ser bueno, ya que lo hacía para derrotar al comunismo.
Las dos organizaciones que el estado de la seguridad nacional de EEUU había decidido destruir eran el partido comunista americano y el llamado Fair Play for Cuba Committee, una organización que aglutinaba a muchos americanos de centro que simpatizaban con la revolución comunista-socialista de Cuba. Los funcionarios de EEUU colocaron con éxito topos en ambas organizaciones. Estos topos habían sido instruidos por el estado de la seguridad nacional para hacerse pasar por comunistas y estaban tan bien entrenados que lograron confundir a los miembros de ambas organizaciones, quienes llegaron a creer que aquéllos eran los verdaderos comunistas.
Mientras tanto, en pleno auge de la guerra fría, cuando el estado de la seguridad nacional de EEUU estaba haciendo cuanto podía por destruir a los comunistas, ocurrió uno de los más misteriosos episodios de la historia del estado de la seguridad nacional, un suceso que cabe calificar de milagro de la guerra fría.
Un hombre americano que supuestamente intentaba pasarse a la Unión Soviética y prometía dar al régimen comunista soviético toda la información reunida mientras permaneció en las fuerzas armadas – un hombre que luego regresó a EEUU donde abiertamente formó una célula del Fair Play for Cuba Committee – un hombre que se autodefinía como marxista – un hombre que supuestamente había visitado la embajada soviética y la embajada cubana en México con la intención de volver de nuevo a la URSS – un hombre que se paseaba por el escenario de la guerra fría sin recibir ni una citación para comparecer ante un gran jurado, y menos ser arrestado, torturado, encarcelado o acusado penalmente por el estado de la seguridad nacional. Ese hombre, antiguo miembro de la marina americana, era Lee Harvey Oswald.
En pleno auge de la guerra fría, en los primeros 1960, cuando el gobierno de EEUU hacía cuanto podía por derrotar al comunismo y destruir a los comunistas, tuvo lugar una serie de hechos de los más notables en la historia del estado de la seguridad nacional de EEUU. Un americano que decía amar a los comunistas, al comunismo y al marxismo – un hombre que claramente hacía cuanto podía por unirse al enemigo oficial de América, la Unión Soviética – un hombre que se supone facilitó información altamente secreta sobre la seguridad nacional a los sóviets – un hombre que hacía campaña abiertamente, aquí en EEUU, a favor de Cuba y el comunismo – un hombre que quizá visitó la embajada soviética y la cubana en México con la evidente idea de regresar a la Unión Soviética – se paseaba por el escenario de la guerra fría con virtual inmunidad por su acción hostil otorgada por el estado de la seguridad nacional. Este increíble episodio bien puede calificarse de milagro de la guerra fría. Y ese hombre era un ex marino americano llamado Lee Harvey Oswald.
La historia oficial: Oswald se alistó en la marina y se convirtió en un comunista declarado. Durante su etapa en la marina estudió ruso de alguna manera, una lengua extranjera que muchos convendrán en que es muy difícil de aprender, máxime sin el apoyo de una escuela de idiomas o un tutor.
Poco antes de cumplir el tiempo reglamentario en la marina, Oswald obtuvo permiso para licenciarse con antelación porque su madre había sufrido una herida y necesitaba asistencia. Era mentira. A raíz de ser licenciado, se encaminó a la Unión Soviética, si bien aún no está claro de dónde sacó el dinero para pagar el viaje.
En la Unión Soviética, Oswald fue a la embajada americana, donde intentó renunciar a su nacionalidad americana. Dijo a los funcionarios de la embajada de EEUU que iba a revelar muchas cosas que él conocía a los sóviets, una amenaza de peso, ya que Oswald estuvo estacionado en una base de la fuerza aérea americana en Japón, la misma del avión espía supersecreto U-2 del gobierno de EEUU.
Después de vivir unos años en la Unión Soviética, durante los cuales se casó con una rusa, obtuvo permiso de los funcionarios americanos para retornar a EEUU, prestándole también ayuda financiera el gobierno de EEUU para hacer el viaje a casa.
Oswald se mudó a Dallas, donde encontró empleo en un centro fotográfico, que casualmente realizaba trabajo clasificado para el gobierno de EEUU.
Luego se trasladó a Nueva Orleáns y allí consiguió empleo en una compañía ubicada en medio de oficinas y agencias que mantenían lazos con la inteligencia de EEUU. Allí formó una célula local del Fair Play for Cuba Committee, una organización pro cubana en la que el gobierno de EEUU tenía infiltrados e intentaba destruir. Al mismo tiempo fue estableciendo contacto por escrito con el partido comunista americano.
Durante su estancia en Nueva Orleáns redactó panfletos a favor del Fair Play for Cuba Committee, atreviéndose incluso a repartirlos por la calle a las tropas americanas que llegaban en un buque de la marina de EEUU. Por alguna razón desconocida, selló con el remite algunos de los panfletos enviados a las oficinas de un funcionario retirado del FBI que tenía lazos con la inteligencia de EEUU.
Oswald también estableció contacto con un grupo anti Castro que la CIA estaba financiando en secreto y supervisando estrechamente mediante un agente suyo llamado George Joannides, que por alguna razón la CIA mantuvo oculto casi tres decenios ante – entre otros – la Warren Comission en 1963 y el House Assassination Committee en los últimos 1970.
Oswald ofreció primero ayudar al grupo y luego volvió a ser persona pro Castro, implicándose en un altercado público con el grupo al repartir sus panfletos del Fair Play for Cuba Committee. Detenido por alterar el orden público, Oswald consiguió que lo visitara en la cárcel un agente activo del FBI.
Más tarde, Oswald se procuró un visado para México. Los investigadores descubrieron que, cuando estaba esperando en la cola para sacar el visado, había un agente de la CIA delante de él en la cola, algo que la CIA logró mantener también secreto durante decenios. Parece que Oswald visitó luego la embajada cubana y la soviética en México, solicitando permiso para volver a la Unión Soviética vía Cuba. Se dijo que en sus visitas se encontró con un asesino principal de la KGB.
Al regresar a Dallas, Oswald consiguió empleo en la Texas School Book Depository, desde donde se afirma que disparó sobre John F. Kennedy el 22 de noviembre de 1963. El 25 de noviembre Oswald era abatido a tiros por un hombre llamado Jack Ruby. La Warren Commission concluyó más tarde que Oswald era un tipo solitario y que fue el solo el que asesinó a Kennedy.
Cómo trataron a otros
¿Por qué se conoce el caso Oswald como el milagro de la guerra fría? Porque pese a ser un comunista declarado que evidentemente había traicionado a su país, avergonzado a la marina americana, pasado información secreta al enemigo declarado de EEUU, la URSS, propagado abiertamente el comunismo por las calles de América y visitado la embajada cubana y la soviética supuestamente para retornar a la URSS, el estado de la seguridad nacional no le puso un dedo encima al tipo.
No hubo citación ni acusación ante un gran jurado, ni se intervino ilegalmente su teléfono, ni se sondeó subrepticiamente su vida sexual, ni se encarceló al combatiente enemigo, ni se lo torturó, ni lo acosaron los empleadores, ni ocurrió nada significativo contra un hombre que supuestamente era uno de los mayores traidores en la historia de EEUU.
¿Es ésta la manera de reaccionar del gobierno de EEUU que esperaríamos ante una persona así? Todos sabemos que es exactamente lo contrario. Esperaríamos que el gobierno fuese detrás de ella para darle su merecido.
Pensemos, por ejemplo, lo que hizo con Daniel Ellsberg. Éste únicamente contó las mentiras y engaños del pentágono al New York Times e, indirectamente, a los americanos. El gobierno fue tras él tan implacable como cabía esperar. Lo acusó y buscó la manera de meterlo entre rejas por muchos años. Pero eso no fue todo. Hombres al servicio del gobierno cometieron un grave delito irrumpiendo en la consulta psiquiátrica de Ellsberg. ¿Con qué propósito? Simplemente para recabar información sobre su vida íntima, incluyendo asuntos sexuales, para avergonzarlo, humillarlo y destruir su credibilidad. Esto es lo que esperaríamos del gobierno.
Recordemos lo que el gobierno le hizo a John Walker Lindh, llamado el taliban americano. Lo torturó, desnudó y exhibió desnudo; lo acusó, declaró culpable y condenó a una larga pena de prisión. ¿Qué hizo Lindh? Se implicó en la guerra civil afghana uniéndose al bando equivocado – es decir, al que se convertiría en el enemigo de América tras los ataques del 11/09. Por ello pagó un precio muy alto a manos del estado de la seguridad nacional de EEUU. La forma en que el gobierno trató a Lindh es como esperaríamos que actuase.
Pensemos en Martin Luther King Jr., el Premio Nobel de la Paz. Él era el objetivo de otra gran agencia dentro del estado de la seguridad nacional – el FBI – y en particular de su veterano director J. Edgar Hoover. Su guerra contra el comunismo era anterior a la segunda guerra mundial. Totalmente convencido de que América corría peligro de caer en manos comunistas, Hoover y el FBI se saltaron todas las barreras para evitar que así fuese, desde escuchas ilegales a ciudadanos americanos a espionaje secreto de la gente, intromisión en su vida privada, particularmente en su actividad sexual y sus inclinaciones, mantener archivos secretos de las personas e infiltrarse en organizaciones consideradas subversivas.
Entre sus mayores convicciones figuraba la de que el movimiento pro derechos civiles de EEUU era en realidad una fachada del movimiento comunista internacional. Así es que Hoover enfocó su FBI sobre Martin Luther King Jr., incluyendo espiar su vida privada y colocar escuchas para controlar sus teléfonos. Lo peor fue que Hoover y su FBI intentaron provocar el suicidio de King con la amenaza de revelar cosas comprometedoras que habían sabido por las escuchas ilegales.
Nada de esto sorprenderá a nadie. Es como esperaríamos que actuasen los funcionarios federales al toparse con un americano cuya lealtad parecía estar del lado de los comunistas.
Pensemos en Bradley Manning, el soldado de EEUU acusado de haber revelado información comprometedora sobre el gobierno americano a WikiLeaks. Éste soldado fue encarcelado, brutalmente torturado con un largo periodo de prisión incomunicada, sin tener en cuenta que en nuestro sistema judicial rige la presunción de inocencia. En verdad, todos sabemos que los funcionarios de EEUU se relamen ante la perspectiva de echarle el guante al fundador de WikiLeaks, Julian Assange, y condenarlo por espía de acuerdo con la Espionage Act de 1917.
¿El recluta?
Así es como esperaríamos que reaccionasen los funcionarios de EEUU en similar situación.
Pero he aquí a un antiguo miembro de la marina americana que mintió para poder licenciarse antes de tiempo, supuestamente se declaró comunista, supuestamente se pasó a la Unión Soviética, el enemigo de América en la guerra fría, presumiblemente facilitó a los sóviets la información secreta que adquirió en el servicio militar, supuestamente propagó el comunismo por las calles de América y supuestamente visitó la embajada soviética y la cubana en México y – ni siquiera una citación para testificar ante un gran jurado federal, mucho menos ser acusado ante él.
¿Qué podemos pensar de ello? Me parece – y así les pareció a muchos investigadores del asesinato de Kennedy a lo largo de los años – que sólo hay una explicación verosímil para la extraña conducta del gobierno respecto a Lee Harvey Oswald – que éste era en realidad un agente secreto, altamente entrenado, de la inteligencia de EEUU, casi seguro, de la CIA. Así, si repasamos la vida de Oswald bajo esta hipótesis, los aspectos extraños e inusuales de cómo lo trató el gobierno desaparecen.
¿Qué mejor lugar para reclutar personal la CIA que las fuerzas armadas y, sobre todo, la marina? ¿No esperamos en general que la gente que se alista en la marina sea en extremo leal al gobierno? En una encuesta, la mayoría de los americanos probablemente opinaría que la marina es el arma donde se encuentra el personal militar más leal y patriótico.
¿Qué probabilidad hay de que un marino de EEUU mute en un comunista declarado? Y si sucediese, máxime en el auge de la guerra fría, cuando el estado de la seguridad nacional hacía cuanto podía por desenmascarar a los comunistas dentro del gobierno de EEUU y destruirlos, ¿qué probabilidad había de que la marina no se interesase por un autodeclarado comunista en sus mismas filas?
Pero, si era un recluta de la CIA que estaba siendo entrenado para ser un comunista autodeclarado, entonces la marina cooperaría plenamente como es natural. En efecto, la marina habría contribuido a que Oswald aprendiese ruso mientras hacía el servicio militar.
¿Habría sido inusual que la marina entrenase a gente para pasar por auténticos comunistas? Naturalmente que no. Al fin y al cabo, tanto el FBI como la CIA estaban infiltrándose en las organizaciones pro comunistas como el partido comunista americano y el Fair Play for Cuba Committee y colocando topos en ellas. Esos topos tenían que actuar bien, logrando mantener en secreto que en realidad trabajaban para el estado de la seguridad nacional.
Veamos ahora el Fair Play for Cuba Committee, una organización que integraba a muchas personas conocidas de América, de las cuales algunas simpatizaban con los principios socialistas de la revolución cubana y otras simplemente eran contrarias a que EEUU interfiriese en los asuntos cubanos, incluyendo el embargo. El estado de la seguridad nacional de EEUU, convencido de que la organización era una cabeza de playa comunista dentro de EEUU, se aprestó a hacer todo lo posible por destruirla, incluido el colocar un topo en ella.
Al mismo tiempo, el estado de la seguridad nacional de EEUU estaba haciendo otro tanto contra el partido comunista americano.
Así, normalmente se esperaría que el estado de la seguridad nacional se subiese por las paredes a causa de Oswald, pero no ocurrió. Al contrario, en el auge de la guerra fría este ex marino, que supuestamente traicionó a su país haciéndose comunista y, peor aún, pasándose a la Unión Soviética, el enemigo de EEUU en la guerra fría, se paseaba por el escenario de la seguridad nacional sin provocar la implacable venganza que esperaríamos del gobierno americano.
Si Oswald era en realidad un agente de la inteligencia americana, eso explicaría el que los funcionarios de la seguridad nacional no le pusiesen un dedo encima en Nueva Orleáns, cuando el supuesto traidor de América, supuesto amante de los comunistas y el comunismo y supuesto abogado de Cuba les tocaba las narices a los funcionarios de la seguridad nacional repartiendo públicamente panfletos del Fair Play for Cuba Committee por las calles de Nueva Orleáns y, casi al mismo tiempo, contactando con el partido comunista americano. Parecía que las actividades de Oswald bien podrían ser parte de una operación más amplia para destruir ambas organizaciones. El papel de Oswald como agente de la inteligencia explicaría también el que un hombre de la CIA estuviese siempre delante suyo en la cola para sacar el visado para México. Y también el que la CIA, que vigilaba de cerca las embajadas de Cuba y la Unión soviética en México con fotografías y escuchas, no le hiciese nada tras esas visitas.
También explicaría por qué el remite estampado en algunos panfletos de Oswald a favor del Fair Play for Cuba Committee llegó al despacho del antiguo agente del FBI, Guy Bannister, y por qué Oswald fue visto a veces visitando ese despacho.
También explicaría que Oswald, un supuesto perdedor, tuviese influencia bastante para pedir y recibir la visita de un agente del FBI en su celda de la cárcel de Nueva Orleáns cuando estaba arrestado por alterar el orden público.
También explicaría por qué Oswald al principio ofreció ayudar al DRE, la organización anti Castro de los exiliados cubanos, financiada en secreto por la CIA y supervisada por el agente de ésta George Joannides.
También explicaría por qué el hermano del presidente, Robert F. Kennedy, dijo a un exiliado anti Castro tras ser detenido Oswald, “Un tío vuestro lo hizo”. ¿Por qué iba Kennedy a situar a Oswald, un supuesto pro comunista, en el bando de los anti comunistas? Parece que la única explicación verosímil es que él estaba informado de que Oswald era en realidad un agente de la inteligencia de EEUU.
La Warren Commission
La Warren Commission celebró el 22 de enero de 1964 una reunión que permanecería secreta para el pueblo americano. Se convocó para estudiar el rumor de que Oswald era un agente secreto pagado por el FBI. Al terminar la reunión, el antiguo director de la CIA, Allen Dulles, que formaba parte de la Warren Commission, solicitó que el acta de la reunión se destruyese. La Commission aceptó la propuesta de Dulles. Años después se supo que la cinta grabada por un periodista de los tribunales había escapado a la destrucción. A ella tuvo acceso el investigador del asesinato de Kennedy durante muchos años Harold Weisburg. ¿Cómo resolvió la Warren Commission la cuestión? Preguntó al director del FBI J. Edgar Hoover y al director de la CIA Richard Helms si Oswald era, en efecto, un agente de la inteligencia. Los dos contestaron a la Commission que no, y aquí se acabó todo.
La Commission obviamente creía no tener opción y dio por buenas las respuestas de ambos. Después de todo, imagínense los siguientes titulares en los principales medios: “La Warren Commission sugiere que la CIA y el FBI mienten respecto a Oswald. Esto es lo que la Commission habría hecho de profundizar en el tema – habría acusado a Hoover y Helms de mentir respecto a Oswald. ¿Y cómo habría podido investigar la Commission el asunto? Obviamente tanto el FBI como la CIA nunca habrían entregado voluntariamente documento alguno indicando la posición de Oswald.
Incluso investigar el rumor habría exigido una actuación extremamente audaz contra el FBI y la CIA. La probabilidad de que se produjese ésta era nula. Sobre todo en pleno auge de la guerra fría. Una exacerbada lucha entre la Warren Commission y el estado de la seguridad nacional de EEUU obviamente habría representado una grave amenaza para la seguridad nacional, y más el sugerir que la CIA y el FBI mentían y que el supuesto asesino de John F. Kennedy era un agente de la inteligencia americana.
La Warren Commission vio que se abría un abismo y dio carpetazo al asunto aceptando la versión de la CIA y del FBI de que Oswald no era un agente de la inteligencia americana. Al fin y al cabo, hay que pensar en las posibles derivaciones del caso si eso era lo que Oswald era en efecto. Éste se convertiría de supuesto asesino solitario en supuesto asesino solitario de la CIA. La Warren Commission habría tenido además serias dificultades para llegar rápidamente a esa conclusión sin poder investigar a fondo las actividades de Oswald en la CIA.
Pero en realidad había otra probable razón – una mucho mayor – para que la Warren Commission rehusase investigar a fondo si Oswald era, en efecto, un agente de la inteligencia americana. Esa razón explicaría también por qué los funcionarios de EEUU fueron tan intransigentes y exigieron que la autopsia de Kennedy, en vez de realizarse en Dallas como prevé la ley de Texas, la efectuasen los militares de EEUU.
¿Cuál era la razón mucho mayor? Se trata de las dos palabras mas importantes en la vida del pueblo americano tras terminar la segunda guerra mundial: “seguridad nacional”.