The following is a Spanish translation of “The Evil of the National Security State” by Jacob G. Hornberger. The translation was done for FFF on a complimentary basis by a FFF supporter in Spain. Please share it with your Spanish-speaking friends.
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Casi 50 años después de la publicación del informe de la Warren Commission, sigo sin poder comprender cuál habría sido el motivo de Lee Harvey Oswald para asesinar al presidente Kennedy. La versión oficial de los hechos es que éste era un hombre aturdido y disgustado que buscaba fama y gloria asesinando a un famoso, poderoso y admirado presidente de Estados Unidos.
Pero hay obvios problemas con la versión oficial.
Después de ser detenido, Oswald negó haber disparado al presidente o a cualquier otra persona. Si buscaba fama y gloria matando al presidente, ¿Por qué negaría haberlo hecho? ¿No estaría más bien alardeando en público de que había matado al presidente?
Naturalmente, se podría pensar que quería fama y gloria y, al mismo tiempo, burlar al gobierno si conseguía evitar ser condenado por el crimen. Pero estas dos cosas parecerían, como mínimo, difícilmente compatibles.
Además, al planear disparar al presidente, Oswald dejaba una pista clara que fácilmente conducía hasta él. ¿Por qué haría eso si iba a intentar pasar por inocente? ¿Por qué usar un rifle que supuestamente había comprado por correo, dejando así una huella que iba hasta él? ¿Por qué no acudir, en vez de ello, a una armería y comprar un rifle nuevo al contado, que no habría dejado una pista de papel que lo delatase? Recuérdese que en 1963 no había en Tejas cheques de referencia cuando uno compraba un arma de fuego.
En realidad, la defensa de Oswald no consistía tan sólo en negar la comisión del crimen, sino que iba más allá. En las horas transcurridas entre su detención y su asesinato a manos de Jack Ruby, Oswald afirmó que le habían tendido una encerrona. ¿Qué es lo que quería decir cuando declaró a la prensa que él era un “chivo expiatorio”? ¿A qué se refería? ¿Cuál podría haber sido su estrategia, suponiendo que, en verdad, había asesinado a Kennedy y planificado evitar la condena?
Al fin y al cabo, una simple negación de haber cometido el delito habría sido lo normal. Al hacerlo así, en realidad él habría querido decir: “Yo no lo hice. No sé quién lo hizo. Todo lo que sé es que no fui yo.” Pero, al afirmar que había caído en una trampa, estaba diciendo: “No sólo que yo no lo hice, sino que sé quién lo hizo, y están intentando hacer que parezca que lo hice yo.” Esto, obviamente, significaría que, en su juicio, Oswald no sólo afirmaría que no tenía nada que ver con el asesinato, sino que señalaría con el dedo a otra persona o a varias.
Durante el medio siglo transcurrido desde el asesinato de Kennedy ha habido dos líneas de discurso “legítimo” en los círculos de opinión de la sociedad americana. La primera: Oswald era un asesino solitario. La segunda: Oswald formaba parte de una conspiración para asesinar a John Kennedy. Cada una de estas posiciones se considerará respetable, creíble y legítima, aunque haya gente que discrepe.
Lo que uno raramente encontrará en los círculos de opinión son las preguntas siguientes: ¿Es posible que Oswald fuese inocente? ¿Es posible que no fuese ni un asesino solitario ni un implicado en el asesinato? ¿Es posible que fuese lo que él dijo que era – “un chivo expiatorio”? ¿Es posible que algún otro cometiese el crimen, acusase a Oswald y luego lo matase para que nunca pudiese negarlo ni revelar quién lo había engañado para que cargase con la culpa?
Anomalías
Al aproximarse el 50 aniversario del asesinato de Kennedy en 2013, éstas son preguntas que el pueblo americano difícilmente encontrará en los medios de comunicación. Por una vez alguien empieza a contemplar la posibilidad de que Oswald fuese inocente, empieza por asomarse al abismo – que apunta en dirección al estado de la seguridad nacional – todo el conjunto de instituciones, incluyendo a la CIA y a los militares, cuya responsabilidad desde 1947 ha venido siendo proteger la seguridad nacional.
Los que sostienen que Oswald estaba implicado en el crimen, bien en solitario o conspirando con otros, han destacado siempre la gran cantidad de pruebas que lo incriminan. Estaba el escondrijo del asesino en la sexta planta del Texas School Book Depository, donde él trabajaba. Estaban los tres casquillos de rifle hallados en el suelo junto al escondrijo del francotirador. Estaba el supuesto asesinato por Oswald del funcionario de policía J.D. Tippitt poco después de ser alcanzado Kennedy. Y estaba su supuesta simpatía por el comunismo, Cuba y la Unión Soviética.
Pero hay un gran problema con todas esas pruebas, un problema que los medios nunca han abordado. El problema es que, cuando alguien es acusado de un crimen que no ha cometido, los acusadores, para tener éxito, tienen que hacer que las pruebas del delito resulten convincentes respecto a la persona que está siendo acusada. En eso consiste la trampa – hacer que una persona inocente parezca que es la que ha cometido el crimen.
Todos sabemos que hay personas que han sido acusadas de crímenes que no cometieron. Las acusaciones más exitosas son aquellas en que las falsas pruebas son tan convincentes que el acusado no puede defenderse y rebatir la acusación. Naturalmente, Oswald nunca llegó a presentar su defensa o a sostener su alegación de haber sido falsamente acusado, pues fue asesinado a manos de Jack Ruby.
¿Cómo se distingue entre un crimen cometido verdaderamente por una persona y una celada para acusar falsamente a otra inocente? A veces resulta imposible. Otras, sin embargo, hay anomalías que simplemente no encajan con la culpa del acusado, pero sí con un posible montaje.
Y esto es parte del problema en el caso de Oswald. Hay anomalías compatibles con una falsa acusación e incompatibles con su real culpabilidad.
Por ejemplo, después de ser detenido Oswald, fue sometido a un test de parafina para determinar si había disparado un rifle ese día. El test no reveló restos de pólvora en su mejilla.
O considerar la actitud de Oswald cuando se encontró con un agente de policía en la segunda planta del Texas School Book Depository menos de 90 segundos después de los disparos. Estaba fresco como una lechuga, sin parecer nervioso en absoluto. Además, no jadeaba por haber bajado corriendo desde la sexta planta a la segunda. Y, en verdad, no llegaba a dar crédito a que el presidente había sido tiroteado. No había huellas dactilares en el rifle. La única huella encontrada era la de la palma de Oswald debajo de la culata del rifle, descubierta en circunstancias más bien sospechosas días después del asesinato.
Admitiendo que Oswald disparó al presidente, ¿cuál habría sido su primer objetivo una vez que había matado al presidente, si pensaba afirmar que él no lo hizo? ¿no habría sido su primer objetivo abandonar la sexta planta lo más rápidamente posible?
¿Por qué se habría entretenido entonces en esconder el rifle? ¿A qué posible finalidad habría servido? El escondrijo del asesino estaba ahí, fuera y a la vista. Lo mismo cabe decir de los casquillos de rifle que había por el suelo. ¿De qué habría servido esconder el rifle? Con toda seguridad Oswald sabía que iban a registrar meticulosamente toda la sexta planta. ¿Por qué retrasar tanto la huida haciendo algo que no servía para nada en absoluto?
Así, la ocultación del rifle es otra de esas anomalías que son incompatibles con la culpa de Oswald, pero compatibles con una falsa acusación. Si Oswald iba a dejar intacto el escondrijo del asesino y abandonar los casquillos gastados en el suelo, ¿Por qué no dejó también ahí el rifle y huyó rápidamente? O, si iba a esconder el rifle, ¿por qué no se tomó también el tiempo de desmantelar el escondrijo y ocultar los casquillos gastados?
Por otra parte, el esconder el rifle tiene pleno sentido si había gente traicionando a Oswald. Habría sido demasiado arriesgado para los falsos acusadores llevar el arma al edificio la misma mañana del asesinato cuando podrían ser vistos. Los acusadores tenían que haber llevado el arma al edificio la noche antes del asesinato y, para evitar ser descubiertos, la habrían ocultado, por lo que no estaba a la vista.
Supongamos lo que los funcionarios de EEUU y los medios de comunicación nunca se permitirán contemplar: Supongamos por un momento que Oswald era inocente y que era, en efecto, lo que él alegó ser – “un chivo expiatorio.” ¿A quién se habría referido cuando dijo que había caído en una trampa?
¿Podrían haber sido amigos personales? No es probable, pues tenía pocos amigos íntimos, si es que tenía algunos. ¿Y sus compañeros de trabajo en el School Book Depository? Tampoco es probable por la dificultad que obviamente habría tenido para elaborar semejante teoría. ¿Qué motivo tendrían ellos?
¿Qué decir de los cubanos y sóviets, dadas sus supuestas conexiones con el comunismo, Cuba y la Unión Soviética? Cabe, sin duda, esa posibilidad, que los sóviets y los cubanos fuesen a los que se refería cuando afirmó que se trataba de una celada. Pero, ¿cómo habrían planeado los sóviets y los cubanos falsificar la autopsia del presidente, que habría sido un paso decisivo para ocultar que se habían hecho disparos de frente?
Si suponemos, en cambio, que Lee Harvey Oswald no era el apasionado comunista por el que se hacía pasar, sino, al contrario, un apasionado ex marino, reclutado por la inteligencia naval, la CIA o cualquier otra rama de la inteligencia del gobierno americano para servir de topo durante la guerra fría, un tema que tratamos ya en la parte seis de la serie, sólo cabe una posibilidad: admitir que Oswald era, en efecto, inocente y que señalaba con el dedo al estado de la seguridad nacional de EEUU, para el que había estado trabajando.
Si Oswald era un chivo expiatorio…
No es difícil comprender por qué la Warren Commission se sintió obligada a aceptar con fe ciega y confianza la negación por parte de la CIA y del FBI de que Oswald trabajase como agente de inteligencia para el gobierno de EEUU. Si se hubiese comprobado que era falsa la negación, ¿cómo habría dejado eso a la Warren Commission? Les habría dejado con un agente de la inteligencia americana que había asesinado al presidente, un agente que negaba su culpa y apuntaba a aquellos con quienes trabajaba como los verdaderos asesinos. Eso habría destruido la historia de portada de la seguridad nacional, que aducía las conexiones de Oswald con el comunismo, Cuba y la Unión Soviética para sugerir una conspiración para matar a Kennedy que le implicaba a él y a los sóviets, lo que sin duda alguna habría llevado a una guerra nuclear.
Eso habría significado asomarse de nuevo al abismo. Eso habría significado acusar al estado de la seguridad nacional, y no a unos agentes delincuentes, de haber asesinado al presidente. ¿Y qué pasaría si la acusación resultaba cierta? ¿Entonces qué? ¿Cómo encausar a toda una gran sección del gobierno? Y una acusación así, que casi con toda certeza habría sido negada, habría significado una guerra en toda regla entre la Warren Commission, por un lado, y la CIA, los militares y demás estamentos del estado de la seguridad nacional, por otro, una guerra que supondría en sí misma una grave amenaza para la seguridad nacional en pleno auge de la guerra fría.
Así las cosas, no había una posibilidad razonable de realizar jamás una acusación o investigación. El asesinato era un hecho, y nada podría devolver la vida a Kennedy. Cualquier investigación dudando de la palabra de la CIA, el FBI y los militares o que sugiriese la posibilidad de que el estado de la seguridad nacional había asesinado a Kennedy y culpado de ello a Oswald se habría considerado una grave amenaza para la seguridad nacional y hasta para la futura existencia de EEUU. Había pruebas convincentes para acusar a Oswald. Más valía no despertar a los perros dormidos.
Los medios de comunicación y los funcionarios americanos hace tiempo que suscribieron lo que cabe llamar la “doctrina inconcebible” – que simplemente no se concibe que el estado de la seguridad nacional, en especial la CIA y los militares, realizasen jamás una operación de cambio de régimen dentro de EEUU.
Oh, seguro que dirán, la CIA y los militares harán cosas así con los dirigentes de países extranjeros. Los asesinarán, como de manera repetida intentaron hacer con Fidel Castro. Inducirán golpes para expulsar del poder a líderes democráticamente elegidos e instalar en su lugar a otros, serviles a EEUU, como hicieron en Guatemala e Irán. Pero para la opinión general es absolutamente inconcebible que jamás hiciesen tales cosas aquí dentro de EEUU.
Sin embargo, lo que la opinión general no suele apreciar es la fuerza que mueve al estado de la seguridad nacional, que es la protección de la seguridad nacional. Nada más importa. Proteger la seguridad nacional es su razón de ser. Desde su fundación en 1947, el estado de la seguridad nacional, en especial los militares y la CIA, ha estado siempre por encima de la sociedad americana como un dios guardián – y, en realidad, por encima del mundo entero – buscando con afán y sin cesar amenazas para la seguridad nacional de EEUU – y, una vez encontradas, haciendo cuanto era necesario para eliminarlas.
Asesinatos, golpes, experimentos con drogas, espionaje a americanos, ficheros secretos de ciudadanos americanos, extorsión, empleo de topos infiltrados en organizaciones comunistas para destruirlas, caza de brujas a los comunistas, terrorismo contra estados comunistas, invasiones, asociación con antiguos nazis y la mafia, operaciones de cambio de régimen, embargos y sanciones – nada se ha opuesto a la protección de la seguridad nacional. La CIA y los militares han hecho siempre lo debidoo, por repugnante que fuese, para proteger la “seguridad nacional.”
Pero surgen cuestiones obvias – que los medios de comunicación nunca han sido capaces de plantearse: ¿Qué habría hecho el estado de la seguridad nacional si surgiese un presidente cuyas acciones fuesen la más grave amenaza para la seguridad nacional en toda la historia del país, una amenaza para la existencia misma de la nación? ¿Habrían dejado que se hundiese o habrían hecho lo debido para proteger la seguridad nacional?